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desvaneciéndose al suelo, su martillo aplastó el cráneo de Hrungnir, el cual cayó muerto a su lado, de tal manera que una de las pesadas piernas fue a parar sobre el dios recostado. Thialfi, mientras tanto, había dispuesto del gigante de arcilla con su cobarde corazón de yegua y corrió ahora en ayuda de su señor, pero sus esfuerzos y los de los dioses a los cuales había convocado rápidamente, fueron en vano para levantar la pierna opresora. Mientras se encontraban allí, preguntándose indecisos qué hacer a continuación, llegó el pequeño hijo de Thor, Magni. Según varias versiones, él tenía entonces sólo tres días o tres años, pero pronto asió el pie del gigante y, sin ser ayudado, liberó a su padre, diciendo que, de haber sido llamado antes, hubiera dispuesto fácilmente del gigante y de su escudero. Esta exhibición de fuerza dejó a los dioses maravillados y les ayudó a comprobar la verdad de las predicciones, todas las cuales declaraban que sus descendientes serían más poderosos que ellos, les sobrevivirían y gobernarían a su vez el nuevo cielo y tierra. Para recompensar a su hijo, Thor le entregó el corcel Gullfaxi (crines doradas), el cual había sido heredado por derecho de conquista del gigante. Magni cabalgó por siempre después en su maravilloso caballo, que casi igualaba al célebre Sleipnir en velocidad y resistencia. Groa, la Hechicera. Tras intentar sacarse en vano la astilla de piedra de su frente, Thor regresó tristemente a su hogar en Thrudvang, donde los cariñosos esfuerzos de Sif fueron igualmente inútiles. Por consiguiente, ella mandó llamar a Groa (la creadora de verde), una hechicera, famosa por sus habilidades médicas y por la eficacia de sus hechizos y encantos. Groa mostró inmediatamente su disposición a prestar todos los servicios en su poder al dios que tan a menudo la había beneficiado y comenzó a recitar solemnemente poderosas runas, bajo cuya influencia sintió Thor que la piedra se aflojaba más y más. Su deleite ante la perspectiva de una rápida liberación hizo que Thor deseara recompensar a la hechicera sin dilación y sabiendo que nada podría complacer más a una madre que la esperanza de ver de nuevo a un hijo perdido hacía mucho tiempo, procedió a contarle que él había cruzado recientemente los Elivagar, o corrientes de hielo, para rescatar a su pequeño hijo Orvandil (germen) de las crueles garras de los gigantes de hielo y como el pequeño persistió en sacar uno de los dedos de su pie desnudo por uno de los agujeros de la cesta se había congelado y Thor, rompiéndolo accidentalmente, lo había arrojado al cielo para que brillara como una estrella, conocida en el Norte como "El Dedo del Pie de Orvandil". Encantada con esta noticia, la profetisa cesó su encantamiento para expresar su alegría, pero, habiendo olvidado dónde lo había dejado, fue incapaz de continuar con su hechizo y la piedra de sílex permaneció incrustada en la frente de Thor, de donde nunca pudo ser desprendida. Por supuesto, ya que el martillo de Thor siempre le había sido de gran ayuda, constituía la más preciada de sus posesiones y su consternación fue inmensa cuando se despertó un día y se encontró con que ya no estaba allí. Su grito de furia y decepción pronto atrajo a Loki a su lado, declarando que, si los gigantes llegaban a oírlo, pronto intentarían asaltar Asgard y destruir a los dioses.