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Por Orazio Potestá, director de Nexos.
¿
De dónde sale la extraña y vergonzosa
fuerza que hace que
el periodista peruano
le ponga el micrófono
más tiempo de lo humanamente
necesario a alguien que atraviesa un momento de dolor? Fácil:
de la ignorancia y el facilismo.
Pasó en los ochenta, se perfeccionó en los noventa con el fujimorismo y ahora revienta en el
Perú de los nuevos mercados: el
lucro a partir del sufrimiento ajeno. El periodista peruano, el famoso ‘coleguita’ que no lee pero
que se cree más culto que un humanista, necesita un cambio de
referentes. Y la prensa nacional,
una refundación.
Exportamos choclos, pisco
y semillas, pero también ese
modelo horrendo de hacer
periodismo. Pocas horas después del terremoto del 1 de
abril que golpeó la provincia
chilena de Iquique, un grupo
de neardentales con carné de
prensa salió de Lima hacia tierras mapochas para buscar a
los familiares del único peruano que falleció en ese sismo:
Rolando Pantoja Romero.
Lo mismo de siempre: el brazo estirado del periodista, el
acercamiento de la toma y una
viuda ahogada por el llanto. La
mujer no podía expresarse bien
por las lágrimas y los nervios
agitados, pero el micrófono nunca desistió.
En el 2008 dejé el periodismo
activo para culminar mi segunda
carrera y mi maestría en Ciencias Políticas, por lo que ahora
me relaciono poco con antiguos
colegas. Los estudios y el análisis a la distancia del comportamiento de la prensa me alejaron
de algunos periodistas que eran
reyes del cinismo y del autobombo. Fue así que hice un comentario en Facebook, esa habitación
sin cortinas en la que todos retozamos, criticando la labor de
algunos equipos de prensa por
su insensibilidad al cubrir el desastre chileno.
Pasaron 10 minutos y una jefa
de mesa de un canal de TV refutó
mi idea. “Eres injusto, la cobertura ha sido impecable”. “Es fácil
criticar desde el balcón”. “Era el
único peruano fallecido y había
que hablar con la familia”.
Solamente pensé: el periodista no repara en sus excesos, salvo cuando le afectan.
En el 2009, un accidente de
tránsito se llevó a Álvaro Ugaz,
director periodístico de la ex-
tinta CPN Radio. Durante su
agonía, desde la ventana de
una clínica limeña, su pareja
Juliana Oxenford le pidió a la
prensa que respete su pena.
Posiblemente había algunos
amigos suyos en el grupo que
realizaba la cobertura. Hizo la
misma atingencia en la misa,
cuando Ugaz era velado.
Supe después que algunos fotógrafos, con potentes teleobjetivos, intentaban captar las
lágrimas saliendo de los ojos
de la madre.
Nuevamente: ¿Qué convierte al periodista peruano
en un ser tan torpe con el dolor? Otra: ¿No se dan cuenta
de que esa inconsciencia los
ha vuelto repulsivos?
Hay en los medios de comunicación una estructura
que respalda una cultura de
brutalidad que acoge a editores que se educaron viendo a
Augusto Ferrando y que obligan a los reporteros novatos a
buscar el sollozo de la viuda,
la queja del moribundo o el
lamento de la violada.
Me pasó a mí.
En el 2001 llegué a Panorama, cuando Vladimiro Montesinos había sido desalojado
del poder y aparentemente
nadie manejaba la línea editorial de ese espacio dominical. Al poco tiempo logré una
exclusiva con Reynaldo Rodríguez López (a) El Padrino,
narcotraficante muy conocido
en los ochentas y cuya mafia
tuvo nexos con el general y
dictador panameño Manuel
Antonio Noriega.
Terminada la entrevista,
subí contento a la móvil porque el capo me había confirmado algunas andanzas de
Montesinos con el negocio de
las drogas. Pero al llegar al
mítico edificio de Alejandro
Tirado, me preguntaron: “Lo
hiciste llorar?”. Respondí que
sí, que se le habían escapado
algunas lágrimas. El editor de
imágenes gritó: “¡Excelente,
va para la promo!”.
La verdad es que no busqué adrede las lágrimas de
Rodríguez López. Simplemente afloraron cuando le
dije que pronto su hijo se iba
a graduar de abogado, ceremonia a la que no iba a asistir
por estar encarcelado.
Al final, los resquicios de la
narcopolítica peruana quedaron ocultos. El lloriqueo y el
facilismo levantaron la copa.
Sandro
Mairata,
docente de la
Facultad de
Comunicación.
n febrero pasado, durante
la manifestación popular
contra el régimen socialistoide de Nicolás Maduro, los
venezolanos proveyeron una
cobertura estremecedora e inmediata
a la par de los grandes medios latinoamericanos, los que a su vez diseminaron
videos caseros de masacres a ciudadanos
por parte de las fuerzas oficialistas y tuits
dramáticos HX[