Relato de Sofía Nuñez
Fui a mi primer misión el año pasado, 2018, sin esperar nada. Quería sorprenderme al maximo de la experiencia. Fui preocupada pensando que no iba a saber cómo ayudar, pero una vez que volví de esa semana en Santiago me di cuenta que uno va a acompañar, no a solucionarles los problemas a los demás. Por lo menos no en esa semana.
Estando allá uno puede ver y escuchar más claramente las condiciones y circunstancias en las que vive la gente de Santiago. Uno sabe que las situaciones son totalmente distintas, pero nunca es algo que tenga presente constamente. Pero cuando uno choca con esa realidad, se da cuenta de como son verdaderamente las cosas. Te mueve mucho presenciar la situación en la que están, y te impulsa a querer generar un cambio. Acá en Buenos Aires tenemos todas las comodidades y nos quejamos igual. Allá aprendes muchísimo a valorar en serio las cosas y a las personas que tenés en tu vida.
Ir a misionar con gente que queres y compartir esa experiencia tan humana es algo inolvidable. El clima de misión es mágico, se vuelve más fácil hablar y compartir, y estar tan dispuesto permite fortalecer esas relaciones que uno tiene. Por otro lado, ir con personas que no conoces es grandioso, te permite mostrarles una versión hermosa tuya que creo imposible que alguien no vuelva de allá con mínimo una nueva persona en su vida. En mi caso, volví con nuevas personas increíbles en mi vida, la cual una de ellas hoy en día es mi novio. Sin el clima de la misión, tan cálido y cómodo, las cosas no hubiesen sido así.
Este clima de misión también fue algo brindado por los chicos de Santiago. Ellos nos recibieron con los brazos bien abiertos y mucho amor para darnos. Fue increíble como nos integraron de una forma instantánea. Nos hicieron sentir muy cómodos estando con ellos. La bondad y caridad que tienen es admirable, con todo querían ayudarte o participar.