Tibasosa- Pantano de Vargas... Tenía
una maestría en la región, pero para
mí esto de verdad significaba un gran
esfuerzo, yo no estaba hecha para estas
lides, esto no me fluía fácil. Siempre te-
nía que llevar muchas cosas, el morral
pesaba y la dormida en carpa era poco
atractiva. Sin embargo, al final le saca-
ba el humor y pasaba feliz conociendo a
los niños en su más real ser y conocién-
dome a mí misma. También caminé de
Iza a Tota con guardaespaldas: ¡niño re-
tacado, burro y tractor incluidos!
Soy otra persona, pude
reconocer aspectos
importantes de la
personalidad del ser
humano puesto en
situaciones especiales, vi
mundo, aprendí a amar
la naturaleza y lo que ella
proporciona, aprendí
a maravillarme. Ahora
pienso que si esto ocurre
en un adulto ¿qué será
lo que le llega a nuestros
niños expuestos a estas
experiencias?.
Mi yo caminante progresaba pero al
parecer no tanto como para ascender
al más alto escalafón nogalista: no ca-
lificaba para ir al Macizo Colombiano,
mucho menos a Los Nevados, ni siquie-
ra esperaba que me llevaran a Ciudad
Perdida, ni a Costa Rica… ¡Hasta que
encontré El Amazonas! Acompañé esta
caminata varias veces, aprendí mucho y
me la gocé: los niños, los nativos, mis
compañeros, el país; pero sobretodo la
selva con su imponente presencia y gri-
to de ¡Aquí estoy yo! Nada como nadar
en los Lagos de Tarapoto, ni comer el
cacao producido por la naturaleza, los
camarones de agua dulce, el fiambre en
lancha. Cero ruido en Puerto Nariño
(a no ser por una iglesia cristiana); la
fundación Omacha que le hace a uno
tener fe en Colombia; muchos micos
en Isla con su mismo nombre; la ausen-
cia de cajero automático en Macedonia
que impide poder comprar más artesa-
nías a los indígenas; el comercio del co-
miso para esas hambres adolescentes...
El Amazonas cambia los valores y hace
ver qué es lo realmente valioso.
Cerré el ciclo en Machu Picchu con
Elsa Torres en el 2008: una experien-
cia difícil, estuve muy mal, con mal de
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