9 p.m. ya bajando de Tunja a Villa de
Leyva a hospedarnos, niñas y niños
pedían vehementemente ir al baño.
Paramos en la carretera, en esa época
desocupada. Niños a un lado del bus
y niñas al otro. De pronto, sale el due-
ño del potrero y grita: “¡Oigan chinas,
no me rieguen las cebollas!”... Carrera
mar y al bus. ¡Buena cosecha debió de
tener el señor! ¡Los niños sonreían!
Al llegar al hotel decidieron no dejar
dormir. Entonces llevábamos a algún
afortunado a nuestro cuarto y santo re-
medio, todos dormíamos. Las próximas
generaciones aprendieron a respetar el
sueño. Corría el año de 1985.
P
El primer destino no fue muy rim-
bombante, ni tan exigente. Íbamos con
los niños de 4° y 5° (Promoción 92-
93). Caminábamos en Villa de Leyva
por el desierto, desde El Fósil hasta el
Infiernito para conocer el trabajo del
investigador don Eliécer Silva Celis,
quien había descubierto unos monoli-
tos, al parecer usados por los muiscas
como observatorio astronómico, y a
oírle su discurso. Acompañábamos esta
excursión varias ágiles profesoras (sal-
vo por Lora y Adelaida Franco) y lle-
vábamos a un profesor de educación
física por todo capital. Así viajábamos,
ligeros.
Progresé mucho para mi condición:
hice San Miguel de Sema- Ráquira y
Ráquira -Villa de Leyva con morral y
acampada, bajo la lluvia muchas veces;
La cascada de La Periquera - El Fósil;
Sin embargo, al final le
sacaba el humor y pasaba
feliz conociendo los niños
en su más real ser y
conociéndome a mí misma.
Arrancando desde Bogotá, llegamos a
Sogamoso, al Templo del Sol (impor-
tante lugar para visitar). No me acuer-
do dónde almorzamos, pero hacia las
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iensen ustedes en una floja
deportista con pocas ganas
de exigirse físicamente, que
desde pequeña se resistió a subir a las
cumbres altas del Cicuará y San Juanito,
paseo obligado de mis vacaciones desde
que tenía ocho años, ahora convertida
en gran maestra, directora de grupo y
acompañante de caminatas…por con-
trato laboral.