Los Modernistas
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Artículo opinión: Contexto
Vivimos en un momento histórico lleno de indecisión, de duda y de mucha sospecha. Estos hechos, capaces de hundir hasta los más positivos, son también comunes a los movimientos sobre los que va a ir dirigido este artículo, el modernismo y la generación del 98 que se dieron a finales de siglo XIX y principio de siglo XX.
Quizá hayan oído hablar de la literatura de los autores este periodo. Seguramente habrán visto que ambos estilos o movimientos son diferentes manifestaciones de una misma actitud, determinada por las preocupaciones de una época. ¿Quién no ha leído un texto de Rubén Darío y no se ha sentido inmediatamente afligido o triste?
El momento que les tocó vivir a estos autores determinó su literatura, los artículos mencionados a continuación nos muestran un espíritu de protesta contra lo establecido y un propósito de renovación artística con la finalidad de abandonar el realismo, todo propio del 98, con grandes influencias de las corrientes literarias francesas; parnasianismo y el simbolismo.
La literatura de la generación del 98, está caracterizada por el subjetivismo, el predominio del contenido sobre la expresión y la renovación artística que consta de un lenguaje sencillo y directo, con el empleo de términos propios del habla popular. En el movimiento que se dió en España, los autores se cuestionan temas existenciales sobre la vida humana y su sentido, impulsados por soledad, tristeza y melancolía; temas religiosos, promoviendo el sentimiento de que Dios puede ser lo que da sentido a la vida humana; temas sociales, los cuales analizaron las causas de la decadencia del país y problemas concretos en los primeros años del siglo.
La evolución ideológica del grupo del 98, se ve claramente dividida en tres etapas que reflejan de manera exacta los diferentes sucesos ocurridos.
En la primera etapa adoptan un espíritu de protesta y rebeldía, con una postura ideológica revolucionaria. En cuanto a la segunda etapa, en el año 1901 Baroja y Maeztu entre otros, pretenden reformar España a causa de la generación de un nuevo estado social y, entienden que desde la acción política no es posible. Finalmente, en la tercera etapa, en 1910, los autores del 98 han abandonado sus intentos de cambiar el país, centrándose en sus problemáticas individuales desde un enorme subjetivismo.
Este artículo* publicado en portada de la edición del 1 de febrero de 1891 en La Vanguardia (periódico célebre catalán) denominado “La semana en Barcelona”, crítica profunda y profusamente al teatro de la época culpando en su mayoría a los espectadores, a la reventa y a los dirigentes de las compañías.
Después de plantear los problemas en el sector, el autor propone una solución que él considera que contribuirá a la reapertura de teatros como el Liceo y que se amoldara a la gente, a la que él considera “ajaz exigente y quisquilloso”. Para realzar las ventajas de su solución, el periodista Francisco José Orellanas muestra la negligencia de los propietarios al pedirle subvenciones al ayuntamiento ya que según su opinión, éste no está “para tafetanes ni el erario municipal para músicas”.
Aunque este artículo está escrito con el propósito de criticar al declive del teatro, el escritor también deja entrever como la situación económica del país está afectando a esta forma artística. Esta expresión de la opinión se puede ver con más claridad en el último párrafo del artículo, donde el autor expone lo que considera que el ayuntamiento debería hacer con el dinero (“cual se efectúa en muchas grandes ciudades del extranjero”). Según Francisco José Orellanas, si “una parte del mísero sustento que las clases proletarias dejan en los fielatos de consumos, fuese a convertirse en música para regalar... los oídos de las clases acomodadas”.
Las frases citadas anteriormente nos dejan ver que había una gran y visible diferencia entre el proletariado, la burguesía y nobleza en Cataluña y por tanto también en España. Mientras los más ricos y acomodados se preocupaban por la reapertura del Liceo (“Barcelona sin Liceo apenas se percibe”), los más trabajadores y pobres luchaban por mantenerse a flote con un salario mínimo.
Es obvio que al autor esto no le parecía bien ya que en su escrito muestra una postura rebelde en contra del sistema y lo propuesto, característica conocida de la primera etapa del Modernismo.
Si se lee lo que el periodista nos dice entre líneas, se puede sacar la conclusión de que la crisis económica de la época también afectaba a las clases sociales más altas ya que estas vendían sus entradas y sus butacas asignadas un precio más bajo para ganarse un dinero, causando el cierre de varios teatros.
En definitiva, “La semana en Barcelona” confirma la teoría planteada al comienzo de esta revista que dice que la época actual se asemeja mucho a la actual y que el modo de pensar de las personas que vivieron en España en el 1891 no dista tanto de la nuestra.
En el segundo artículo “Los ciegos de España” de Pedro González-Blanco, publicado el 27 de marzo de 1904 en la revista “Alma de España”, crítica cual costumbrista los hábitos y costumbres españolas. Esto reafirma lo antes dicho, España vivía un período de tiempo oscuro, en el cual el que tenía tiempo y dinero, lo dedicaba a ver las carencias de la sociedad y las argumentaba en periódicos, revistas o puntos de encuentros conocidos de la época.
Pedro González-Blanco miró al pasado de España, en tiempos más “gloriosos” y de estos trae las figuras de los hidalgos,“¿No habéis pensado alguna vez que estos inquietantes ciegos llevan en su facha desastrosa, en sus harapos horribles, en su semblante, que el sol de Castilla curtió, toda la melancolía de una tradición desvanecida y toda la suprema nobleza de una raza que muere dignamente?” una raza que se va desvaneciendo, y la figura del pícaro, también característica de tiempos de oro en la literatura y sociedad española: “Yo creo que esos ciegos son la repetición de una sola e idéntica personalidad, el ciego castellano de un solo carácter, que perdura a través de muchos individuos. He aquí dos productos genuinamente españoles: el ciego y el pícaro. A veces se diferencian; casi siempre se confunden”.
Pero a lo largo del artículo empieza a aparecer y a impregnarse el lector de un nacionalismo latente también en el tiempo modernista, aunque se hubiesen perdido las colonias, seguía habiendo hombres y mujeres ibéricas, con sentimientos arraigados profundamente en sus almas, todos estos son los referidos en este último fragmento del artículo: “cuando en una de esas calles, tropecéis con un ciego castellano, pensad que ese hombre lleva en su semblante, en su porte, en su guitarra, el alma de vuestro pueblo, que es sucio, mezquino y arrogante como aquel hidalgo vallisoletano que comía con singular delectación los pedacicos de pan que Lázaro de Tormes, su criado, alcanzaba pordioseando.” Hombres y mujeres que, por dicho sentimiento patriota, son considerados pobres, y también existían en esta época pobres con alma de burgueses o artistas, referidos en el artículo como “mendigos con alma de hidalgo”, aquellos con la capacidad mental de hacer cosas imposibles, pero a los cuales escaseaba el don del dinero.
Como ya han podido comprobar, España ha vivido poco tiempo en un momento augido, y ha sido más habitual en aspectos trágicos y decadentes, pero ¿no será esa la alma sucia, mezquina y arrogante la que nos marca cómo españoles?
Alba Eiriz, María Gómez-Bestué y Albert Jiménez, 16 de febrero de 2013, Barcelona