Editorial
En la tercera edad –de los sesenta y cinco años en
adelante– se van haciendo evidentes las limitaciones
físicas y, a veces, también las mentales. Las enfer-
medades son más frecuentes y en mayor número.
La actividad laboral y la relación con los demás se
van reduciendo. Aparece la amenaza constante de la
depresión.
Es un tiempo que pone a prueba la creatividad,
el esfuerzo y la esperanza, y que exige un cambio de
tareas, de actividades intelectuales y de aprendizaje,
de vida eclesial y social, de trabajo, apostolado y
recreación.
La ancianidad es una gran oportunidad para
el crecimiento humano y espiritual; es también el
tiempo de cosechar lo que se sembró, de vivir una
relación serena y profunda con Dios.
Los adultos mayores, como grupo, tienen la misión
de aportar a la sociedad y a la Iglesia la sabiduría y el
testimonio, así como el sentido de la historia y de la
trascendencia.
La tercera edad termina con la muerte; un dato
que muchos se resisten a aceptar y preferirían que
ni se hablara de ella. Una de las tareas importantes
de esa etapa es la de prepararnos para el encuentro
definitivo con Dios.
Fernando Torre, MSpS
Director
7