REVISTA LA CRUZ 1072 SEP-OCT 2018 | Page 7

Editorial En números anteriores de nuestra revista hemos hablado de los niños y de los jóvenes; en este hablaremos de los adultos: personas entre treinta y sesenta y cuatro años que –se supone– han superado las carencias de la adolescencia, han logrado un cierto grado de desarrollo y no tienen aún las limitaciones de la ancianidad; sujetos con experiencia y vitalidad, con historia y futuro. La persona adulta es autónoma, capaz de asumir compromisos en la sociedad y en la Iglesia, en la familia y el trabajo. Ha definido su vocación y su estado de vida. Es responsable de sí misma y de otros. Es –debería ser– digna de confianza; capaz de soledad y comunión. Aunque hay muchos adultos cristianos, pocos de ellos son cristianos adultos (Hb 5,12-14; 6,1-2; 1Co 3,1-3). La mayoría, si acaso, tiene la fe de la primera comunión o el recuerdo del grupo juvenil. El cristiano adulto busca a Dios, sigue a Jesucristo, es dócil al Espíritu Santo, se alimenta de la Palabra de Dios, participa en la vida de la comunidad eclesial, carga su cruz, anuncia el Evangelio con la palabra y la vida; es humilde, servicial y perseverante. Fernando Torre, MSpS Director 7