Editorial
«La voluntad de Dios es que ustedes sean santos»
(1Ts 4,3), nos dice san Pablo. El Concilio Vaticano
II lo ha reafirmado: «Los fieles todos, de cualquier
condición y estado […], son llamados por Dios
cada uno por su camino a la perfección de la
santidad por la que el mismo Padre es perfecto»
(LG 11).
Por el bautismo y la confirmación, hemos
respondido a esa llamada y hemos orientado
nuestra vida hacia esa meta. Aunque la santidad
es una y todos estamos llamados a ella, los laicos
responden de una manera; las personas consa-
gradas, de otra, y los sacerdotes ministeriales, de
otra.
Dios nos ha llamado a la santidad; llegar a
esa meta depende de Dios y de nosotros. Ahora
bien, por parte de Dios ya todo está realizado: nos
ha dado su Espíritu Santo. Por lo tanto, depende
únicamente de nosotros llegar a ser santos.
Para llegar a la santidad basta con tres cosas:
querer llegar a esa meta, ser dóciles al Espíritu
Santo y «comenzar todos los días, como si fuera
el primero» 1 .
Fernando Torre, MSpS
Director
1
C. Cabrera, Cartas a Teresa de María, México 1989, 163.
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