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abía que dudar de lo dicho por Duque ese día, puesto que
Álvaro Uribe, su patrocinador, lleva décadas concretando
su consigna de “hacer trizas la paz”, en contra del sentir
de la mayoría de la sociedad, que quiere pasar la página de
la guerra.
A Duque lo eligió la coalición más tradicional del régimen, que se
sumó al ex presidente Uribe, asustada porque podía llegar a gobernar
una plataforma que proponía paz con cambios, a la que le cerraron el
paso, acudiendo a la compra masiva de votantes, como lo acaba de
denunciar la Congresista Aída Merlano, desde Venezuela.
Año y medio después, este Gobierno no es el de todas las colombia-
nas y colombianos, porque se ha convertido en el tercer Gobierno de
Uribe, dedicado a “hacer trizas la paz”, a hacer leyes a favor de Sar-
miento Angulo, del Sindicato Antioqueño y demás multimillonarios
nacionales y extranjeros; en el que la corrupción terminó por inundar
todo el país y en el que la incondicionalidad a los dictados de los Es-
tados Unidos está desbordada.
La justicia social como expresión de paz va de mal en peor, la des-
igualdad social y entre regiones empeora, la depredación ambiental
crece debido a los megaproyectos mineros-energéticos; mientras re-
crudecen el exterminio de líderes sociales, opositores y excombatien-
tes; a la vez que persisten en dar trato de guerra a la protesta social.
A este mal Gobierno le ha salido un poderoso contendor en la movi-
lización social crecida desde el Paro Nacional del pasado 21 de no-
viembre, liderada por el Comité Nacional de Paro, con quien Duque se
niega a negociar el Pliego de 13 puntos; mientras los distrae con con-
versaciones huecas, divide a los movilizados y persiste en sofocar la
protesta con represión creciente.
Si este tercer Gobierno de Uribe se obstina en desaparecer a las FARC
como proyecto político, se niega a reabrir Diálogos de Paz con el Ejér-
cito de Liberación Nacional, permanece sordo a las exigencias de ne-
gociación que le hace la sociedad, e insiste en no sacar la violencia
de la política, obliga a que una presión social contundente lo fuerce a
entrar en el camino de la solución política del conflicto.
EDITORIAL
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