E
n 2005 conocí al comandante Milton Hernández del cual no
sabía nada, por momentos no sabía cuándo estaba hablando
en serio, pero todo lo decía y hacía en serio aunque mantu-
viera bromeando, por esto muchas veces me confundía has-
ta que aprendí a conocerlo.
Su manera de ser inspiraba confianza lo que permitía que uno se le
acercara, y se atreviera a plantearle dudas, su respuesta no se hacía
esperar, siempre estaba presto a responder y a explicar lo que uno no
entendía.
Estuvo en varias ocasiones en mi casa, jamás pregunté quién era,
para mí lo importante era que se trataba de un compañero con un
alto sentimiento de solidaridad y muy capaz.
Cuando brindaba su amistad, lo hacía de una manera desinteresada
y muy sincera, ayudaba a quien pudiera dando consejos, haciendo
reír a cualquiera en medio de sus tristezas, o relatando anécdotas,
muchas de ellas inventadas o ciertas a su modo.
Tuve la oportunidad de vivir cerca de él en los últimos momentos de
su vida, en los cuales nunca dejó de estar activo, porque era incan-
sable pese a su enfermedad renal, no paraba de trabajar, de hacer las
tertulias improvisadas en su casa, a donde llegaba la muchachada,
para acompañarlo hasta altas horas de la madrugada escuchando
sus cuentos y tomando café.
A pesar de su sufrimiento porque no podía compartir con su hijo,
nunca cambió su forma de ser y siempre tenía una sonrisa para quie-
nes lo visitaban.
No cabrían en un libro las anécdotas sobre el comandante Milton Her-
nández, por las muchas cualidades que tenía, entre ellas su incansa-
ble búsqueda de la unidad revolucionaria, su coherencia de pensa-
miento y el valor para enfrentar la dura enfermedad que le arrebató
la vida.
Siempre viviré agradecida por haber compartido con él y enseñarme
con su ejemplo cómo ser un revolucionario humilde, solidario y hu-
manista; por esto es de los seres que nunca se olvidan.
MEMORIA COLECTIVA
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