Revista Innombrable #9 - Mnemosyne "Memorias de la Literatura" (2019) | Page 9
que sólo cobran valor cuando son evocadas y
trasferidas al presente, tan sólo bajo el hechizo de
alguien que las nombre, las toca y las realiza en
una renovada esperanza salida del olvido. No estamos solos, nos acompañan los objetos
diarios, esa foto en sepia que dejó de ser persona
para convertirse en un ser que retorna en su
fantasmagórica realidad de un tiempo
Tal vez la poesía logra esa fuerza, eso no equivale
a pensar que la poesía viva del pasado, pero se
alimenta de esos fragmentos, de esas esquirlas, las
transforma y las destruye en el sentido que lo fútil,
lo innecesario, lo innombrado, retorna diferente. renovado en visiones del presente. Amuletos,
códigos de representaciones, alfabetos de historias
recobradas, algo que está en la simple estancia de
nuestros siglos de imaginarios escrutando nuestras
vidas. Todo habla, el asunto está en sabernos
escuchar. Lo que no ha sido nombrado no es que
no exista, no lo hemos visto, al volver a mirar nos
damos cuenta, que hemos dejado atrás y que nos
promete otra dimensión de lo vivido, las mismas
vidas de antepasados son un lenguaje vívido de
nuestras penurias presentes y de nuestros amores
futuros.
Es más un territorio recobrado entre lo onírico
y la belleza de los seres que logran hablar con
el pasado sin caer en bucólicas nostalgias, ni en
pretéritos donde todavía escurre la frase “ todo
tiempo pasado fue mejor”, cosa tonta, que no
ubica el objeto en lo anímico, en lo íntimo y lo
desaloja de sus connotaciones con lo vivido.
Como decir que todo tiempo pasado fue mejor,
ante una daga manchada de sangre, una espada
o un fusil, una cama de tortuosas peregrinaciones
con la carne, un misal o un potro de tormento.
Son presencias, una imagen que está gritándonos
su estado fantasmal en nuestros rostros.
Hay una belleza de lo
simple, esa sencilla
aparición de lo poético
en cosas nimias que el ojo del poeta convierte en
asombros, como decía Luis Tejada, uno puede hacer
la poesía en la insólita aparición de una zanahoria
en un tejado, o la famosa máquina de coser y una
sombrilla sobre una mesa de disección, de nuestro
querido Lautréamont, todo ese arte de mirar en lo
más simple, y a la vez en los más profundo de las
cosas.
Existe una poética de los elementos nimios, el
asombro donde nadie se lo espera. En ese proceso
de destrucción- construcción, se hacen visibles
nuestros ancestros y también nuestros deseos,
ese ejercicio de mirar para poder hacer el “ver” una
condición creadora.
Existe una torpe relación con
el pasado, el falso recordaréis,
la quimérica noción de
devolvernos, ya no es posible,
todo se va, todo es efímero.
Un buen historiador en ese sentido es un poeta,
que nos presenta lo de ayer como si quisiera ver
futuros en cada episodio de un relato que se abre
siempre nuevo a la luz de nuevos objetos y objetivos
encontrados. La vida es poesía en grado superlativo
de conversaciones suspendidas, es una larga espera
para encontrar el poema nunca escrito, el que nos
saca de ese errar entre errores de aciertos, una
comunicación permanente con todos los ancestros.
Habitamos la innombrable sensación que aún
no hemos hablado, que poco se ha dicho de la
memoria viva a nuestro lado. Hemos hablado sobre
la añoranza, pero poco del tiempo recobrado, de
esa selva de presentes enmarañada en silencios y
abandonos. Toca volver a que las cosas hablen, que
nos digan sus sueños temporales y sus misterios
legendarios, que nos den tregua para volver a
mirarlos sin los ojos de la aprensión y del oprobio.
Dejarlos libres, para que su condición vuelva a
resurgir entre nosotros.
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