Revista Innombrable #8 - Pesadillas: espejos del sueño - 2017 | Page 43

Maicol Mazo Gaviria. (Colombia) PEQUEÑAS MUERTES Y PEQUEÑAS VIDAS Un joven. Su terso cuerpo contrasta con el acabado sillón donde a diario repite su estadía. Ávido de placeres no experimentados pero incitados por las múltiples historias que, de lejos, llenan su vida. El contenido de su interior es el exterior, lejano. Poco de su propio ser se nutre a partir de sí. Su porfiada postura a la inactividad física le delata una proclive manía a la lectura de historias. Todavía aprecia la inteligencia pero desprecia la voluntad. Le pasa por sus reducidas ocupaciones aún la curiosidad de saber pero desdeña el impulso a actuar. En la mañana de un día como los otros —muy similares entre ellos— golpearon la puerta de su casa. Un segundo piso es donde habita, a la solapa de la puerta que da entrada y salida al balcón, cada día; cogiendo y soltando cada uno de los libros que forran como una alfombra, las cuatro paredes de la sala de su casa y dan contenido - más bien relleno - a su interno enclaustramiento. Como ni de su ligera urgencia es su aspecto físico, tampoco habrían útiles palabras para reflejarlo; cualquier intento es fútil. —Toc toc ¡¿Hay alguien en casa?! —gritaron desde afuera. Tiró el libro que tenía en sus manos. Se sobrecogió en el sillón. Su rostro no insinuaba gesto alguno. Reticente. ¿Había escuchado, soñado o lo había leído?, se preguntó. Inmediatamente se dijo: —Sé que lo leí. El libro de estos días retrata impetuosos sonidos de una puerta que se abre y que se cierra, con bisagras no muy lubricadas, a causa del fuerte viento de una noche que marca el preludio de un vendaval. Entiendo por qué en el instante lo traigo a la presencia de mis recuerdos. Se sintió. Momentos cortos hicieron olvidar aquella duda del sonido de la puerta. La razón fue el ardor en sus labios. No habían sido pocos los días en los habló por última vez. Sucedió cuando levantó el teléfono que por casualidad recibía una llamada no advertida, como todas, desde el silenciamiento del tono del timbre telefónico. Era su madre que sollozando, preguntaba por su salud y él alcanzó a responder secamente: “bien, gracias”. De allí a este instante, el arquear de su lengua no se había entremezclado lo suficiente con los vientos de sus cuerdas vocales para producir palabra alguna. —Toc toc toc toc ¡¿Hay alguien en casa?! —con un llamado más sostenido sobre la puerta, repitieron. 43