Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 51
saco alguno de mis libros y las sombras de los árboles o los edificios se proyectan sobre cada página
como una obra hecha de dos universos paralelos. Mientras observo la doble cuidad sobre las letras que
van pasando a la velocidad del bus, la voz del conductor se dirige a mí:
-Niña, su pasaje…
Ya casi debía bajarme y había olvidado pagar al sentarme rápido evitando a los perversos observar mi
culo por largo rato. Un culo gordo, un culo rosado, un culo redondito como un postre, un pobre culo en
una hambrienta ciudad.
Entonces deseando no haberme puesto aquella ropa, me dirijo a la cabina de conducción y pago. Ya que
allí me encuentro, ante todas las miradas, incluso las de mujeres que atacan visualmente, para criticar,
envidiar, para querer ser y decido esperar la devuelta. El hombre con rostro de sharpei viejo, sudando la
gota gorda, me vuelve dos monedas que arden; están calientes, como el día, como las lenguas de los
hombres, como mi culo y los ojos venosos del conductor.
Las empuño y vuelvo al asiento - Menudo día caliente - Me pregunto si no debo vestirme así, si estoy
mal de la cabeza, si no cumplo mi función. Me pregunto si debo salir cubierta hasta los huesos, si es mi
culpa por las piernas, por la carne, o quizás son otros los locos, los perdidos, los del irrespeto, esos que
silban en la noche como llamando a las aves más fecundas.
-No hay remedio, ciudad puta.
Siento mi cuerpo arder en llamas, como si las dos monedas quemaran mis brazos y enviaran corrientes
flamantes a mi ser. Casi colérica las lanzo por la ventana y las veo rodar calle abajo… ¿A qué sabe una
mujer de mi ciudad? – A sal, debe saber a sal, a ese sabor extraño que deja el dinero y el sudor en la
palma de la mano.
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