Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 24
Víctor Raúl Jaramillo (Colombia)
Despierto desde tu grito
(carta abierta a Medellín)
Para mi familia
y mis amigos
Siempre te he tenido miedo a pesar de mi fuerza, de mi atrevimiento, mi soñada Medellín: he ido donde
tus maestros y robado su sabiduría y dado un paso adelante, pero con el convencimiento de que tus ojos
me siguen y tus oídos perciben hasta mi último y más simado temblor; sólo escuchan atentos cuando se
trata de fechorías, cuando se ve productivo el negocio, el momento en que se hace trastabillar la
solidaridad. Es lo enseñado por ti, mi ciudad oblicua.
Al temerte me temo e identifico mi enfermedad viva y terrible, dadora de una mirada perpleja sobre tu
realidad que me impide la profunda lucidez, la tranquilidad de mi pensar: un solo zumbido, un mínimo
susurro y entro en el desvarío; desatino entre esto y aquello por lo que se ha confundido mi
sensibilidad: tu desprecio del diferente, tu gana de discordia, tu desdeñoso asiento desde donde
petrificas los ánimos y exiges obediencia a tu ley, a tu desmesura; tu balacera que oprime, anula y borra
por dos o tres pesos los cantos de las generaciones; tu rezo canoso y enardecido que, después de todo,
sólo cumplirá los designios de una conquista merdosa y apocalíptica.
No sé, quizá me estoy dañando a mí mismo y sea yo el que hace de tu respiración una oleada de sangre
y desesperación, en el ir y venir de lo limpio a lo puerco, de la sagrado a lo demoníaco, de la luz a la
sombra y al contrario que es lo mismo; porque esto que te realzo es por lo que estoy enfermo. Pero te
quiero amar como eres y, tal vez, eso sea lo justo para una locura que no se comprende y se encuentra
en el vaivén de un fruto que también comerán los hombres cuando, quizá, queden días por vivir
vívidamente. Si es que los dejas.
Sabes que no puedo estar solo aunque lo quisiera, aunque fuese una obligación, como si evidenciara la
única necesidad. Nunca lo he podido hacer. Requiero tu compañía, tu aceptación, un afecto que, en los
momentos difíciles, creo perdidos y convierto en ataque. Ah, la culpa, el hacernos sentir pecadores aún,
tu cristianismo carroñero que igual mató y sigue matando a su dios; que lo devoró para poder hacerlo
suyo: tu doctrina nefasta y hambrienta, negadora de lo natural, de lo palpitante y del clamor que dejas
de lado a costa de una felicidad que es ser libre y auténtic N