Revista Innombrable # 7 - Muros Poéticos, Ciudades del Silencio - 2015 | Page 56

de la realeza presidencial. Mario asqueado por la noticia arrojó el periódico muy lejos, recogió los restos de taza que se asomaban en su camino y regresó a la cocina en busca del resultado del partido. Aún consternado por las imágenes volvió a la cama y miró el reloj, que afortunadamente marcaba el mediodía, y se recostó nuevamente sobre su espalda. El cálido eco del arcoíris llegó a su sueño y el recuerdo de la caída lo trajo de vuelta. Extendió los brazos desesperadamente, como avizorando el suelo en un sueño múltiple, y se detuvo del filo de la cama. Miró el reloj, aún medio día, y en pretexto de salir de casa recordó el cumpleaños de su madre. Se levantó, tomó el teléfono y al percatarse de que la línea había muerto, se recostó nuevamente sobre su espalda. El gimoteo en las noticias por la violación del presidente lo despertó. Un toque de queda inevitable se instauraba hasta encontrar a los responsables. La vida se privatizaba en el país de los recuerdos. El decreto consignaba, sobre toda la democracia, la vigilancia estricta de cuerpo militarizado a cada casa cercana al palacio, el abastecimiento de insumos para tres meses en cada hogar y la ejecución inmediata de todo aquel que decidiese salir de sus propias instalaciones. El miedo invadió las calles y, consecutivamente, la ciudad. Los días transcurrían con el inevitable eco del sollozo solitario. Cada cual puertas adentro. Mario se asomó por la ventana y un hombre, padre de familia aseguraban los militares con arma en mano, yacía en el suelo; el pobre y desesperado padre quiso buscar algo de comida para sus hijos enfermos. Caminó a la cocina y entre fruta podrida su dotación trimestral de insumos habían desapareciendo. Buen tiempo había pasado ya desde el asesinato del presidente y tres familias habían muerto. Dos habían escondido a sus hijos bajo los escombros que se asentaban en el patio trasero. Poco, o nada, percibían los ángeles custodios de las puertas, pero día a día el olor a podredumbre se fermentaba con los primeros rayos de la mañana. El hombre y algunas ratas provenientes de las paredes agonizaban, deliraban ante el deseo irrefrenable del canibalismo. La comida escaseaba en toda la ciudad y Mario parecía haber vuelto al desmembramiento del ser ante el espejo; cada brazo y sección de su cuerpo ahora le parecía apetitosa. Ya nadie llevaba la cuenta de los días. El rastro de las horas, minutos y segundos comenzaba a ser solo un mito del pasado. Pocas eran las voces de esperanza que se escuchaban dentro de las casas. La inocente perversión escalaba las puertas del delirio, la impactante escena de los niños comiendo a sus hermanos muertos se encerraba tras las paredes delgadas. Los habitantes reclamaban por comida, la humanidad estaba harta de todas las mentiras. La corrupción tomó un espacio firme ante la caída de un imperio. El titular del Caroní explicaba: 53