Revista Imago Agenda 206 "Las aplicaciones del amor" Imago Agenda 206 | Page 37

LETRA VIVA LIBROS | Av. Coronel Díaz 1837 | Ecuador 618 | Buenos Aires, Argentina | Telefax 4825-9034 | www.imagoagenda.com Problemas y controversias en el psicoanálisis El feminismo entre la política y el erotismo Escribe Juan Bautista Ritvo [email protected] E mpiezo por una cuestión sintomática: según las encues- tas, quienes tienen hoy en día un mayor índice de credi- bilidad entre hombres y mujeres son mujeres, diversas en- tre ellas: Elisa Carrió, María Eugenia Vidal, Cristina Fernández. ¿Síntoma de qué? De que la sociedad política viril, funda- da corporativamente en la libido homosexual, según Freud, está perdiendo, en estos tiempos neoliberales, no diré adhe- sión sino confianza. En esta grieta entre adhesión y confianza se abre la movili- zación feminista que, a diferencia de otras épocas, se ha cons- tituido como un fenómeno de masas más diverso de lo que se suele creer, porque al feminismo histérico, al paranoico y al di- sidente, se le suman infinidad de matices y de aspectos encar- nados por nombres propios que ocupan un lugar en la cultura. Esta intromisión de la política en el campo erótico, trae apa- rejada una clara toma de la palabra de las mujeres que incide en dos lugares: en la pregunta acerca de cómo ocupar espa- cios hasta ahora reservados a los hombres, tema espinoso por- que concita sumisiones, rebeliones, desafíos... y cuya conside- ración excede este sitio; una segunda pregunta, radica en cómo hablar del dolor y de las profundidades del cuerpo femenino, ajenos a la inflación flatulenta del cuerpo obsesivo y al dislo- camiento histérico, habla más cerca de este último en la medi- da en que se aleja del primero. Pero aquí, para todas las variantes, una línea oblicua cruza los feminismos y los afecta con lo que sumariamente podemos caracterizar como tres límites. El primero de ellos concierne al vínculo de la política –pensada en forma clásica, como lucha por el poder, ajena a las utopías actuales de Arendt y Rancié- re– con el erotismo, que supone la diferencia de los cuerpos erógenos, hechos de parcialidades irreductibles. El segundo tiene que ver con el amor y su relación con las diversas formas de violencia. El tercero y más delicado de exponer, consiste en el debate eterno sobre si la sexualidad se define por la biología, o por la cultura, por una intersección de ambos o, como creo, por una solución distinta que termina, espero, con este antiguo y por momentos estéril debate. Desde luego, estas cuestiones se in- tersectan permanentemente. Empiezo por la primera cuestión. La demanda de igualdad entre los sexos ha terminado por derrumbar los últimos repliegues del patriarcalismo; la patria potestad compartida equivale a su abolición. Subsiste, sin duda, la corporación viril ya mencionada cuyo ideal apunta a que ni hombres ni mujeres se diferencien. Así, todos volverían a la fase fálica de la organización infantil que no es una etapa sino una posición. La consecuencia de todo esto consiste en que el vínculo antisimétrico del hombre y de la mujer, su desigualdad constitutiva queda o puede quedar pro- fundamente velada; lo positivo, en cambio, radica en que este velamiento no equivale a la sofocante censura de otros tiem- pos; los velos se desgarran... En varios momentos, ante el fracaso de la corporación viril, surgió la utopía de un mundo femenino (¡volvemos a Bacho- fen!) en el cual el amor expulse al odio. No basta mostrar la intrincación de las pulsiones de vida con las de muerte. Para explicitar los alcances empobrecedo- res de esta fórmula que llega, en su caricatura, a confundir la seducción con el abuso, es preciso diferenciar de qué habla- mos cuando hablamos de pulsiones destructivas. Hay una ten- sión agresiva que corresponde a la fase del espejo; la crueldad implica gozar con la sumisión total del otro; el odio está diri- gido al corazón del ser del otro, no quiere someterlo, quiere eliminarlo. Si estas instancias se implican sin yuxtaponerse es porque el sujeto expulsa de sí (estoy pensando en el artículo de Freud “La negación”) todo lo que le desagrada y esto re- torna en el canibalismo simbólico del amor. En suma, no hay amor sin odio y esto es válido para la masa y abarca también esa construcción populista llamada “pueblo” que el feminis- mo criollo reivindica. No hay masa, no hay pueblo sin segre- gación y liderazgo. El tercer límite es cómo concebir a la mujer y al hombre, ¿Por la anatomía? ¿Por la cultura? Podemos reducir la cultura a los códigos de demanda que imperan en diversos niveles de la organización social. Uno de esos códigos engendra lo que llamamos pulsión; pero me in- teresa destacar que la pulsión, engendrada por la demanda, la excede: es un efecto que al inscribirse en el cuerpo está ganado por un empuje, una perentoriedad y una fijeza dispar y contra- dictoria que va más allá de la demanda hasta el punto de volver circularmente sobre ella. Lo propio de la pulsión es el ritmo, un ritmo económicamente intenso. Ahora bien, esta disquisición un tanto abstracta me sirve de peldaño para plantear que el cuerpo del erotismo está más acá de la división entre naturaleza y cultura, justamente porque se trata del cuerpo anatómico, pero no tomado en su aislamien- to sino en la vertiente de la pulsión escópica volcada sobre el cuerpo del otro; el movimiento escópico “desnaturaliza” el cuer- po del otro, pero al mismo tiempo es un movimiento que escapa a la dualidad naturaleza/cultura precisamente por la intrinca- ción extrema de lo simbólico con lo real. Es la mirada femenina la que recorta, en el campo de la per- cepción (y aunque con cierta ingenuidad Freud no se equivo- caba: en el terreno del mirar circular y no recíproco de niños y niñas, hombres y mujeres, se juega lo esencial de una intensi- dad que se desplaza entre las zonas erógenas) el órgano mas- culino por su virtud contraria, como dice humorísticamente La- can, a su estado habitual: la erección; símbolo y emblema mí- tico de las sociedades, desde el estuche peniano hasta los mo- nolitos erigidos, justamente, para la posteridad. Se advierte desde este punto de vista que cuando el psicoa- nálisis hable de la mujer como objeto, el hecho de que encar- ne no el objeto común de dominio y de intercambio, sino el resto, el objeto a, le concede un estatuto privilegiado; un estatu- to del cual ahora puede seguir hablando; ya lo había hecho con la palabra histérica. ¿Qué consecuencias tendrá en el plano de la cultura? ¿Cómo operará en un mundo cada vez más ganado por una alianza te- rrible entre el capital electrónico y masas cada vez más incli- nadas hacia posiciones conservadoras, retrógradas, profunda- mente desalentadas?  Imago Agenda | N° 206 | Septiembre 2019 | 37