Revista Imago Agenda 206 "Las aplicaciones del amor" Imago Agenda 206 | Page 32
LETRA VIVA LIBROS | Av. Coronel Díaz 1837 | Ecuador 618 | Buenos Aires, Argentina | Telefax 4825-9034 | www.imagoagenda.com
Las “aplicaciones” del amor
Nuevas reglas del juego
Escribe
Elina Wechsler
[email protected]
¿
De qué se trata este juego? —se preguntaba ella cada día,
más a menudo de lo que sus obligaciones diarias le per-
mitían—. ¿Se trataría de un juego que habían inventado
para no estar en duelo permanente por el futuro que se acor-
taba peligrosamente?
Sea lo que fuere, el juego los ayudaba a vivir, a despegar-
se de la realidad cotidiana –que no era mala, por cierto– pero
que empezaba y terminaba allí, precisamente donde todo es-
taba jugado.
A veces creía que era un juego semejante a la reproducción
asistida, porque amanecía embarazada de palabras en un tiem-
po donde embarazarse ya no era posible. Ya se sabe, embara-
zos tardíos con óvulos donados, con esperma anónimo, vien-
tres de alquiler. Y sí, así eran de curiosos los nuevos tiempos.
Esas palabras que la despertaban se transformaban en poe-
mas que cruzaban el Atlántico vía mail y WhatsApp, los gran-
des inventos que revolucionaron la comunicación. Nada de de-
moradas cartas que no hubieran permitido el juego.
Claro que se habían inventado otros, como cazar Pokemons
o rellenar casillas de colores en el Candy Crush y ganar y per-
32 | Imago Agenda | N° 206 | Septiembre 2019
der y volver a jugar. Juegos reglados, como la vida misma. Y
Facebook, que siempre le hacía recordar a su nieta hablando
con el amigo imaginario que se acababa de inventar.
Estaba sucediendo que la realidad virtual, tan excitante en
sus comienzos, se estaba transformado, casi sin que sus acto-
res se dieran cuenta, en otra realidad que terminaba siendo
tan gris como la otra, la de todos los días.
Ellos se libraron con su propio juego que surgió de impro-
viso y sin proponérselo.
Embarazarse de palabras que se transformaban en poemas
y darle inmediatamente a enviar, o mirar en recibidos después
de abrir los ojos cada mañana, porque, con suerte, allí esta-
ría el nuevo poema.
Pero ésa era ella, pensó, porque era una mujer. Él podía demo-
rar como si hubiera tiempo para demorarse o, tal vez, para colo-
car el juego en otro lugar, apartado de lo realmente importante.
Ella era una mujer, la Maga en su última designación, por-
que aunque el tiempo hubiera transcurrido para ellos Rayuela
seguía vigente en su formato del ’68, con sus dos recorridos
según el gusto de cada jugador.
Nunca volvían a la casilla de salida, no, estaban cada vez
más cerca del Cielo, aunque algunas esperas sugerían que era
posible que tuvieran que andar un poco para atrás para vol-
ver a tomar envión.
Ella se expandía, conforme a su condición femenina, en ver-
sos largos y estrofas que aparecían solas de no se sabía dónde.
Ella se expandía y él, hombre al fin, se
dedicaba a cortar. Cortar y cortar, como
un cirujano de palabras. Un cirujano sin
bisturí. Cortes limpios, que hacían que
al poema no le sobrara nada, porque las
palabras entraban o no entraban, y ya,
si no entraban, operar. Demasiado ex-
plícito, nunca. Cortar y cortar.
Pese a la perfecta operación de corte
el contenido rezumaba pasión, aunque
era difícil entender cómo toda esa pa-
sión podía salvarse con una forma tan
precisa, tan austera.
Era su estilo. Su estilo lacónico, icóni-
co, como alguno de los dos había escri-
to, ya que no sabían con precisión quién
había escrito qué, pese a las diferencias
de género y estilo.
En eso consistía el juego: alimentar-
se de los significantes del otro para se-
guir la espiral. Darle a enviar, recibir,
volver a enviar.
¿De qué se trataba este juego? –vol-
vió a pensar– E inesperadamente deci-
dió cambiar las reglas. Cambiar las re-
glas del juego y narrar.
Y éste es el relato en el que se puede
ver que, sin duda, el juego que inventa-
ron no es ni más ni menos que una for-
ma singular, contemporánea, del amor
en los tiempos de Internet.
Enviar.