Revista Imago Agenda 205 -FENÓMENOS PSICOSOMÁTICOS Revista Imago Agenda N° 205 (Otoño 2019) | Page 36
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Fenómenos psicosomáticos
Lo indecible, el cuerpo, lo psicosomático
Escribe
Alejandra Madormo
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E
l término psicosomático, según lo define la medicina:
“las repercusiones en lo somático, en el cuerpo, de cier-
tos procesos psíquicos”, tiene muy escasa precisión.
El rubor súbito producido por una palabra significante para
el sujeto, es un fenómeno psicosomático, aunque sea transito-
rio. Freud nos trae, en sus primeros casos, a una paciente que
presentaba una intensa neuralgia facial.
Durante el desarrollo del análisis, nos refiere que fueron
pronunciadas contra ella unas palabras que “le dolieron como
una bofetada”, y desde entonces había comenzado aquel do-
lor que la atormentaba.
Aunque tanto el rubor como este caso de histeria son la mar-
ca de una frase en el cuerpo, el primero es un fenómeno fisio-
lógico, y el segundo se encuadra en la neurosis histérica, sin
lesión de órgano, y mediatizada por el significante.
Un rubor constante es la consolidación de un fenómeno tran-
sitorio y fisiológico normal en una enfermedad dermatológica
llamada rosácea, y a día de hoy, sin una etiología causal, deter-
minante, encuadrada dentro de las llamadas “psicosomáticas”.
El término psicosomático fue acuñado por Heinroth en 1818,
en un intento de enlace, de vinculación, entre los componen-
tes de esa palabra compuesta, psiquis y soma, con lo cual, le-
jos de alcanzar una articulación, se estableció una separación
tan arbitraria como imposible.
Para el psicoanálisis, son fenómenos, término propuesto por
Lacan en el Seminario 11, “Los cuatro conceptos fundamenta-
les del psicoanálisis”. Allí se refiere a “lo psicosomático” como:
“algo que, al fin y al cabo, sólo es concebible en la medida en
que la inducción significante a nivel del sujeto ocurrió de una
manera, que no pone en juego la afanisis del sujeto”.
Inferimos entonces, que su desencadenamiento y evolución
son comprendidos como la respuesta del cuerpo viviente a
una situación simbólica que no fue tratada como tal por el in-
consciente del sujeto.
La Escuela de Chicago, liderada por Franz Alexander, esta-
blece siete enfermedades psicosomáticas: hipertensión arte-
rial, úlcera péptica, asma bronquial, tirotoxicosis, artritis reu-
matoidea, neurodermatitis y colitis ulcerosa. Todas ellas son
enfermedades crónicas, con un pronóstico basado en la evolu-
ción de la enfermedad en sí misma. En muchos casos, se tra-
ta de afecciones severas, discapacitantes, y cuyas complica-
ciones pueden ser mortales, como la perforación o el sangra-
do masivo de una úlcera duodenal, la crisis hipertensiva o el
estado de mal asmático.
Hoy podemos afirmar que no hay enfermedades fuera de la
articulación con el sujeto que las padece, que la salud no es
un don, sino una construcción.
La imprecisión del término, “proceso psíquico que tiene
una influencia en el cuerpo”, ha provocado que casi dos si-
glos después de la aparición del concepto, la enfermedad psi-
cosomática, no tenga una definición completa y universal-
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mente aceptada.
La medicina descartó la investigación en este campo, por
considerar que los factores causales son variables imposibles
de estudiar metodológicamente. Tengamos presente que la
medicina se ocupa del cuerpo biológico, como un objeto ob-
servable y cuantificable. Es una ciencia determinista que lle-
ga a los efectos partiendo de las causas. La causa es siempre
concreta, aunque pueda ser múltiple y variada: un agente in-
feccioso, los niveles de glucemia, el desbalance de un neuro-
trasmisor. Y los efectos son mensurables: cambios en la fun-
ción de un órgano o en su estructura anatómica.
Partiendo de este modo de concebir la enfermedad, un va-
rón de 50 años, hipertenso y con altos niveles de colesterol,
no podría librarse de un infarto de miocardio. Pero sabemos
que no es así, dos más dos… no son cuatro.
En esa discordancia, en esa variable impredecible e inmen-
surable, está el sujeto psíquico.
Lo psicosomático nos plantea el estatuto de lo que llama-
mos cuerpo, ya que éste es el escenario de los acontecimien-
tos en la enfermedad psicosomática.
La medicina considera al cuerpo como una máquina, al pun-
to de llegar a concebirlo en piezas separadas, en cualquier caso
observable, tangible, mensurable, a partir de los aparatos per-
ceptivos y los recursos tecnológicos, que no hacen otra cosa
que intensificar y sofisticar la percepción.
La concepción psicoanalítica es diferente: el cuerpo es pen-
sado como una adquisición tardía, con una materialidad go-
zante y promovida por una causalidad sobredeterminante.
Aunque resulte paradojal, “cuerpo” es algo con lo que no
se nace, es del orden de una construcción. Lo viviente, para
el psicoanálisis, no es el cuerpo. No es un dato primario, sino
que tiene un estatuto subordinado.
El cuerpo nace mirándose al espejo: son necesarios un ca-
chorro humano, una Gestalt visual y un soporte significante
para que el acto tenga lugar.
Hay por un lado un organismo discordante, prematuro, siem-
pre al borde del despedazamiento, y por otro una unidad tran-
quilizante, lograda por un cuerpo organizado por la imagen.
Y entonces muy tardíamente el niño va teniendo un cuer-
po, con una organización suficiente para comenzar a tolerar
ser miembro de la cultura.
El cuerpo es un atributo del cual hasta se puede prescindir.
Como sujetos del significante, estamos separados de él hasta
tal punto, que del sujeto se habla antes de que nazca y des-
pués de su muerte, cuando su cuerpo ya no existe pero está
sostenido por los significantes de la memoria.
Los sujetos perviven en sus escritos, en sus obras, en las ins-
cripciones de sus lápidas.
El lenguaje nos atribuye un cuerpo, y luego al unificarlo nos
permite usufructuarlo. El cuerpo debe vaciarse de goce, quie-
re decir que, salvo el goce ordenado, fálico, del significante,
todo goce de la cosa fuera de las zonas erógenas asegura la
enfermedad en su persistencia.
Es así como la función simbólica va a reemplazar la anato-
mía, en tanto destino de lo humano.
En el Estadio del Espejo formulado por Lacan, hay una an-
ticipación del dominio psíquico sobre el motor, y al sujeto se