Revista Imago Agenda 205 -FENÓMENOS PSICOSOMÁTICOS Revista Imago Agenda N° 205 (Otoño 2019) | Page 34
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ra a una huella que no pasa del signo perceptivo al sistema In-
consciente y que en consecuencia, pasa al soma agujereándolo.
Por el contrario, en tanto y en cuanto que una de las caras
del síntoma podría definirse como el modo en que el pacien-
te enuncia su sufrimiento, su enunciación misma abre camino
a que la sustitución metafórica y la aparición de S2 sean po-
sibles. Esto llevaría a pensar que el significante es ajeno a la
etiología de la lesión de órgano en el FPS. Sin embargo, con-
viene aclarar que en su génesis existe una implantación del
significante en el cuerpo, pero se trata de un significante de-
gradado a su cara signo.
Es frecuente que el holofraseo de un par significante se pien-
se sólo en términos de palabra-frase. En tal respecto, podemos
utilizar al modo de ejemplo el nombre del padre del psicoaná-
lisis. Sigmund significa en alemán, boca triunfante, y no deja
de ser notable que el mismo Freud haya detectado que, de to-
das la zonas que se disputaban el honor de acabar con su vida,
hubiera ganado la boca…
La experiencia pavloviana viene a demostrar que si bien el
Fenómeno Psicosomático da testimonio de la existencia de
una falla en el lenguaje, paradójicamente también existe una
inducción significante que da cuenta de un exabrupto, es de-
cir de un deseo del experimentador que se halla signado por
la insensatez. Territorio fértil para la proliferación de inter-
jecciones. Figuras retóricas que impugnan de plano la terceri-
zación de la ley del significante. Dicho en términos prácticos:
lo que ahora es blanco, puede ser negro en un rato y celes-
te por la noche, y todo ello sin necesidad de que el Otro deba
dar cuenta de tales variaciones y, por tanto, el proceso pare-
ce signado por la arbitrariedad más absoluta. Las injunciones
se profieren bajo la forma de órdenes sumamente imperati-
vas que conllevan en su esencia una amenaza feroz que logra
por momentos colapsar al aparato psíquico, a la vez que ge-
nera una interrupción en la cadena orgánica de la necesidad.
Si efectuamos una analogía informática, podríamos decir que
homologando el sistema neurovegetativo al sistema operati-
vo de un computador, las injunciones se intercalan al modo
de un virus informático que toma el control de una parte del
sistema (fundamentalmente aquella que tiene que ver con la
lesión), dejando este último de responder a los mandos na-
turales. Un modo de matematizar dicha operación sería el si-
guiente: S1 S1 S1 S1 S1… Pero no al modo de los significan-
tes primordiales constitutivos del sujeto, sino (en la experien-
cia pavloviana) a la repetición martilleante de una campani-
lla, o de la interjección aludida líneas arriba.
El organsprache revisitado: Tanto la medicina más avanza-
da como algunas concepciones decididamente psicosomatis-
tas conviven con la idea de que el cuerpo habla. Referencia
obligada de tal concepto es la obra de Luis Chiozza, quien a
través de las fantasías específicas intenta generar un proceso
decodificatorio tan lineal como riesgoso, toda vez que, en la
medida en que tratemos de ir en busca de un reconocimiento
ratificante de teorías previas, creamos (en su doble acepción:
creencia y creación) confirmar lo que supimos desde siempre.
Y como sostiene Paul-Laurent Assoun en Cuerpo y síntoma: si
“el cuerpo (Körper/leib) se mete, justamente, (es) porque algo
falla en el corazón de la lengua (sprache)!”. No obstante ello y
dado que la lesión de órgano se sitúa entre lo real y la lengua,
conviene revisar la expresión freudiana: organsprache (lengua/
je de órgano). Encontramos que Freud la utiliza sólo una vez,
y es en el tramo final del artículo “Lo Inconsciente” (1915), en
una puntual referencia a un caso de esquizofrenia tratado por
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Víctor Tausk. Como se recordará, la trama del caso consistía en
precisar el ligamen existente entre la expresión: “ojos dados
vuelta” utilizado por la paciente de Tausk y cuya lógica sub-
yacía en la hipocresía del novio. Allí, a través de un discurrir
hipocondríaco instalado en medio de una estructura esquizo-
frénica, se capta la promoción del organsprache.
A contramano de este razonamiento, aparece una suerte de
inventario de expresiones que aluden a un cuerpo lastimado
y que encuentran rutas de expresión en el lenguaje, bajo la
forma de sintagmas cristalizados en “lugares comunes”. Vea-
mos algunos de ellos, sin perjuicio de que el lector pueda en-
riquecer la lista, tamizándola por su propio registro personal.
» » Es un cabeza hueca.
» » Luchó a brazo partido.
» » Se rompió el culo trabajando.
» » Me costó un ojo de la cara.
» » Lo que dijo, me dio en el hígado.
» » Me hacés hervir la sangre.
» » Etc.
El problema aparece cuando, el clínico que se mantiene fiel
a la creencia de que el FPS es lenguaje de órgano, intenta es-
tablecer una linealidad entre expresiones como las consig-
nadas recientemente, con la generalización de su etiología.
Así fue como a principios de los ’80, un analista trazó su tesis
doctoral basándose en la “personalidad del canceroso” (sic).
Ese error es subsidiario de otro y posee connotaciones me-
tapsicológicas demasiado relevantes como para encogerse de
hombros ante ellas. El error consiste en darle al FPS el estatuto
de un síntoma, y por tanto, de una formación del inconsciente,
cuanto que en verdad se trata de una formación del objeto a.
En tal respecto, la bipartición de la holofrase elevándola a
una potencia segunda y, en consecuencia, a su estatuto inter-
pretativo, descoagula libido permitiendo el drenaje parcial
de la misma a través de la producción de nuevas ligaduras.
Llamado filiatorio: La filiación, cuando es puesta en duda de
un modo pertinaz, hace en ocasiones del FPS, su llamado al
Otro. Es bastante frecuente que la somatización sea visible.
Un dato observable que concita la mirada. Aún sin adscribir
a su postura teórica, vale recordar que León Grinberg llama-
ba a la somatización “un acting out producido en el cuerpo”.
Si el linaje no cuenta con la validación de la fratria, el soma
puede responder de un modo mimético que remeda una mar-
ca similar a otra portada por el referente que niega el lazo. De
más está decir que el mapa genético es, aquí, un dato menor.
Este fenómeno se puede dar aunque ningún lazo de sangre lo
justifique. No olvidar que, al decir de Paul Auster, la paterni-
dad/maternidad implica siempre una adopción.
Hace varias décadas, una colega (Silvia Andretta) presenta-
ba brillantemente una viñeta en la cual una jovencita remeda-
ba con su leucemia mieloblástica ciertos dolores en la espalda
cifótica del padre. El padre, en alusión a la sospecha de la infi-
delidad de su esposa, la que en teoría habría dado como fruto
el nacimiento de esta paciente, repitió por años y “a boca de
jarro” la siguiente letanía: “Yo que sé si es mi hija…”
Cuando la paciente se enferma de gravedad, el padre, segu-
ramente lacerado por la tristeza y la culpa, modificaría esa fra-
se aunque la torsión llegaría cuando la balanza ya se encontra-
ba inclinada para el peor lugar: “Yo sé, es mi hija”.
De la mutación producida en el (holo)fraseo del padre, se
recorta el sobrenombre con el que denominaron desde siem-
pre a la hija, a saber: “Kesy”.