Revista Imago Agenda 205 -FENÓMENOS PSICOSOMÁTICOS Revista Imago Agenda N° 205 (Otoño 2019) | Page 22
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intervalo es función del deseo del analista.
b) Se trata allí del sujeto que advendrá, de cómo y cuál lu-
gar ocupará, dónde se hará advertir a partir de su desvane-
cimiento. Esto nos aparta de modos de plantear la cuestión
como ausencia o carencia subjetiva, etcétera.
6.
Hay un desconocimiento por parte del decir médico
de dos cuestiones: la estructura de la demanda (lo que
implica la ley del significante que es la ley del malen-
tendido) y la dimensión gozante del cuerpo (es decir, el hecho
de que el cuerpo médico desconoce y rechaza que hay un cuer-
po erógeno con su propia dinámica y su propia lógica, que no
siguen las que la medicina sostiene para el cuerpo entendido
como una máquina homeostática).
Lo interesante es constatar que este modo discursivo (por-
que lo “médico” a fin de cuentas se trata de eso: no de un di-
ploma universitario sino de un modo del decir) no es exclusi-
vo de los médicos y que puede articularse con lo que citába-
mos acerca de la holofrase.
Nuestra hipótesis es que cuando alguien queda tomado por
ese discurso en un contexto de lazos libidinales, su cuerpo
será el escenario del desacople que la ausencia de malenten-
dido promueve. Una foma de manifestarse ese desacople es
que el cuerpo se hace presente, pero no sin señalar que algo
de la función de la palabra se ha ausentado peligrosamente.
Podríamos añadir varias referencias teóricas para pensar el
FPS, por ejemplo aquellas que aparecen cuando Lacan, en la
“Conferencia en Ginebra sobre el síntoma”, afirma que el FPS
es un hecho de escritura, de algo que se escribe aunque no
sepamos leerlo.
7.
Por el momento, a modo de conclusión, querríamos
cernir una cuestión: el modo de (no) decir que es el
emblema invisible (más bien, poco audible) de estas
“enfermedades de cuerpo presente” nos da la clave de lo que
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el encuentro con un analista puede generar.
Tomemos un contra-ejemplo. Si el “psi” emprende la tarea
de dar significación a las manifestaciones somáticas, -lo que
suele tomar la pendiente de alguna forma de analogía o ale-
goría (por ejemplo, el asmático y su asfixia angustiada a partir
de una madre que lo ajusta demasiado… o de aquella que no
le brinda atención), esa vertiente suele resultar estéril cuan-
do no implica algún tipo de agravamiento de la enfermedad.
Atribuir tal inanidad a la “resistencia” o a la “pobreza simbó-
lica” del paciente no es más que desentenderse por parte de
quien podría ocupar el lugar de analista.
En otra pendiente, podemos pensar que lo escrito en el fenó-
meno psicosomático, que Lacan justamente compara con los
jeroglíficos, requiere de un esfuerzo de lectura. Esa lectura no
es objetiva sino que se da en transferencia, es decir, se da en
el juego escénico de la transferencia que el deseo del analista
engendra y soporta. “Deseo de máxima diferencia” que nos ha-
bilita a no dejarnos engañar por algo que “no dice nada”. Más
bien nos conduce por la pendiente de inventar la ficción que
haga escena donde no la hay (porque en verdad no la hay…
hasta que se produce; la escena, como el sujeto, siempre es su-
puesta). En ese “esfuerzo de creación”, la envoltura formal del
síntoma se revela al constituirse en el diálogo analítico. No hay
ni síntoma ni fenómeno que sean objetivos. Así, la experiencia
nos muestra cómo la desimplicación del “paciente” respecto de
lo que ocurre en su cuerpo puede modular a que se pregunte
por lo que le ocurre con su cuerpo. Esto ya comporta una mo-
dificación del campo y hace al devenir del sujeto con su enfer-
medad, de maneras diversas. No necesitamos ninguna hipóte-
sis causal de antemano para poner en juego el campo del len-
guaje y la función de la palabra a propósito de las vicisitudes
de un cuerpo erógeno. Lo que no podemos es perder de vista
la especificidad de la función del analista y las cuestiones que
su discurso pone en juego en el entrecruzamiento con las otras
formas discursivas. O sea, de que el cuerpo es un hecho de dis-
curso que, por ello, queda afectado por los movimientos de lo
que es significante (que debe tomarse como distinto del signo
y también del significado/sentido) y de lo que el significante
no reconoce más que por su límite.
__________________
1. Seguramente muchos dirán que los síntomas de la psicosis no tienen
esta característica metafórica en su decir. El debate es amplio y extenso
pero, por ahora, podemos alegar que la metáfora delirante, nuclear en
la hipocondría y en otras alteraciones psicóticas del cuerpo, no deja de
ser un modo de lo metafórico y que señala cierto juego de lenguaje que
no podría no incluir, bajo algunos aspectos, al equívoco.
2. Son altamente instructivas e interesantes algunos desarrollos de la PNIE
al respecto, así como de otras ramas especialmente de la investigación
médica.
3. Si bien en esta ocasión nos referimos especialmente a los denomina-
dos fenómenos psicosomáticos, creemos que esta expresión puede apli-
carse a otras situaciones clínicas donde la localización del cuerpo y la
función del lenguaje se plantean de este modo. Nos referimos, espe-
cialmente, a los así llamados “trastornos de la alimentación” o de los
temas que implican consumos de sustancias. No estamos proponien-
do una homogeneidad entre estos campos de problemas sino de algo
que parecen tener en común y que hace a las dificultades y posibilida-
des de su abordaje.
4. Para un desarrollo de este punto, remito al texto “Los dos cuerpos de
Freud” en Leibson, L. (2018) La Máquina Imperfecta, Buenos Aires, Le-
tra Viva, 2018.
5. No nos basta esto para equiparar los fenómenos somáticos de las “Neu-
rosis de Angustia” con los efectos psicosomáticos en tanto tales. Pero
creemos que dan un fundamento para considerar ciertas características
discursivas de estos últimos. Por esto nos parece importante ubicar este
campo en relación con los dos elementos que propusimos: la alteración
somática que respeta la anatomía y un modo de decir donde la dimen-
sión metafórica/equívoca/malentendida parece excluida o rechazada.