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Está plenamente comprobado que en 1847, Juan Escutia no tomó la bandera mexicana que ondeaba sobre el Castillo de Chapultepec, ni se envolvió en ella para luego arrojarse desde lo alto del entonces Colegio Militar. La bandera fue arriada por las tropas estadounidenses y se le regresó a México hasta el sexenio de José López Portillo.

Si en 1821, el blanco significaba la pureza de la religión católica; el verde la independencia y el rojo la unión de todos los habitantes de la Nueva España, hacia la segunda mitad del siglo XX, el sistema político mexicano, a través de la historia oficial cambió su significado: el verde era la esperanza; el blanco, “las nieves de nuestros volcanes” y el rojo la sangre derramada por los héroes de la patria.

Curiosamente los símbolos patrios que hoy se veneran, la Bandera, el Escudo y el Himno Nacional, fueron realizados por instrucciones de dos de los más terribles “villanos” de la historia oficial: Iturbide que ordenó la confección de la bandera y posteriormente del escudo y Santa Anna, quien durante su último gobierno (1853-1855) convocó a un concurso para componer la música y la letra del himno nacional.