La inquietud rodea el salón. La intranquilidad azota
a quienes no han presentado. Aunque no lo quieran,
imaginan lo que pasaría si Javier les pregunta sobre
el trabajo. «No Javier, no lo hice». El último texto del
periodo. Ya habló, «El que no lo haga, pierde». El
recuerdo de esta frase hace que crezca la tensión.
Se forma una cadena de pensamientos. Empezando
con ligeras burlas con los compañeros, seguido de
preocupación de parte de los profesores, culminando en decepción entre la familia, luego de haber
visto la baja calificación.
Nos vamos a centrar en, llamémoslo «el personaje».
Este hace parte del grupo de los incumplidos, pues
ya venía de perder la materia el periodo anterior.
Tan solo un día antes, este personaje, llega a su
casa confiado en que va a hacer tareas. Como es
costumbre, prende su computador, abre Facebook,
Spotify, pone aquella canción que no puede parar
de escuchar, y por último abre Word para hacer el
texto de Lenguaje. El tiempo pasa. Antes que todo
revisa sus redes sociales. Luego, aquella película
que lo llama desde hace tanto, por qué no mirarla.
El tiempo pasa. «Tin», suena la campana interminable, la cual le avisa que le ha llegado un mensaje. Lo
revisa con tranquilidad, da inicio a una conversación
en su celular. El tiempo pasa. Este personaje ve la
hora, 11:45 p.m., luego decide empezar el escrito
a las doce, mientras ve videos en YouTube. Ya es la
una de la madrugada. Al frente de él, una hoja en
blanco. Con sueño, el personaje se va a dormir.
«Hago el texto en el recreo», piensa. La primera
clase del día: Lenguaje. Bostezo tras levantada, preocupación tras el recuerdo del texto. Luego de un
extenso viaje en la ruta y, como siempre, hay trancón. Llega al colegio faltando cinco minutos para
empezar la clase, se da cuenta de que no alcanza.
Llegamos al inicio. Me da risa pensar que este personaje está escuchando este texto. Aunque no sea
alguien en específico, pues puede ser cualquiera.
Probablemente esté a uno, dos, o tal vez tres puestos a distancia.
Aquí es donde nos damos cuenta de que ya es
seguido. Esto es de todos los días. Estúpidamente
humillado por la pereza. Ese momento de despreocupación que nos puede costar nuestro desempeño
académico. En el momento adecuado para hacerla,
dejamos que nos invada. En el momento de presentarlo, no obstante, desaparece. Aparece la angustia.
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