Revista Foro Ecuménico Social Número 6. 2009 | Page 34
Jóvenes y Responsabilidad Social
Cuando vemos
muertes causadas por
menores adictos,
también nos
preguntamos: ¿quién
es el que pone
el arma en manos
de los menores?
52• FORO
ción sistemática de la vida engendrada
por la misma sociedad de consumo que
utiliza una suerte de tenaza para impedirnos actuar.
La drogadicción de nuestros jóvenes emerge en el contexto de una sociedad adicta. Una sociedad profundamente evasiva, que mira sólo lo que le reditúa
una satisfacción individual e inmediata.
Somos adictos a la TV o a la computación, o al trabajo, al sexo y al poder, y
a todas las otras adicciones que tienen
como finalidad “permitirnos” una vida
inhumana que propone paraísos virtuales
cada vez más desentendidos de lo real.
Los sacerdotes que trabajan
en las villas de emergencia
de la Capital Federal en
su documento titulado “La
droga en las villas despenalizada
de hecho” dicen: “ante la confusión
que se genera en la opinión pública con
la prensa amarilla que responsabiliza a la
villa del problema de la droga y de la delincuencia, decimos claramente: el problema no es la villa sino el narcotráfico. La mayoría de los que se enriquecen
con el narcotráfico no viven en las villas,
en estos barrios donde se corta la luz,
donde una ambulancia tarda en entrar,
donde es común ver cloacas rebalsadas.
Otra cosa distinta es que el espacio de la
villa como “zona liberada”, resulte funcional a esta situación.
“La vida para los jóvenes de nuestros
barrios se fue tornando cada vez más difícil hasta convertirse en las primeras
víctimas de esta despenalización de hecho. Miles arruinados en su mente y en
su espíritu, se convencieron que no hay
posibilidades para ellos en la sociedad.
“Por otra parte profundamente ligado al tema de la droga se da el fenómeno de la delincuencia, de las peleas y los
hechos de muerte violenta (“estando dados vuelta”). Esto nos hace tomar con-
ciencia de otro gran tráfico que hay en
nuestra sociedad, que es el tráfico de armas, y que visualizamos como fuera de
control. Cuando vemos muertes causadas por menores adictos, también nos
preguntamos: ¿quién es el que pone el
arma en manos de los menores? De esta
espiral de locura y violencia, las primeras víctimas son los mismos vecinos de
la villa”.
La destrucción pasó como un ciclón
por las familias donde la mamá perdió
hasta la plancha porque su hijo la vendió para comprar droga. Estas familias
deambularon por distintas oficinas del
Estado sin encontrar demasiadas soluciones año tras año. Toda familia queda herida porque un hijo está todo el día
consumiendo en la calle. Asombra ver
cómo ese niño que fue al catecismo, que
jugaba tan bien en el fútbol dominguero,
hoy “está perdido”. Causa un profundo
dolor que esa niña que iba a la escuela
hoy se prostituye para fumar “paco”.
Este fenómeno de destrucción sistemática de la vida de nuestros jóvenes
que debería acicatear apasionadamente
nuestra capacidad de adultos para proteger y cuidar la herencia de la patria con
un instinto humano semejante al de los
animales en el cuidado de su cría, no alcanza a despertar en las fibras más nobles del espíritu la menor inquietud para
transformar este cuidado de la vida en
una causa nacional que se ubique por encima de toda diferencia política, ideológica, social, cultural o religiosa. Para producir este cambio, que nos conmueva y
nos disponga al trabajo común, es preciso ante todo redescubrir a la comunidad.
Descubrir mi necesidad profunda de los
otros, que sólo se percibe cuando tengo
experiencia de mis límites y de mi vulnerabilidad.
La comunidad debe experimentarse
ante todo como una necesidad y no como