Revista Foro Ecuménico Social Número 12. 2015 | Page 111

Responsabilidad Social y Ciudadana Gala) y otra que con intereses espurios habitualmente actúa por cuenta de una empresa o de una institución, vaya usted a saber si acaso una de las 2.600 firmantes del Pacto Mundial en España; un político que no atesora la virtud de ser honesto y un “donante” que tampoco lo es. Dos personas, en fin, que olvidaron que rendir cuentas no es una humillación sino una señal de respeto y que la reciprocidad no es recibir dinero a cambio de otorgar ilícitos favores sino, como bien define el profesor Stefano Zamagni, algo tan hermoso y tan sencillo como “dar sin perder y recibir sin quitar”. Aunque en estos tiempos pareciera el bálsamo de Fierabras, esa poción que todo lo cura, la transparencia que ahora tanto se demanda es algo más que una vacuna contra la corrupción, pero no llega a ser una respuesta definitiva a esa lacra. Ha surgido en nuestra actual sociedad de la desconfianza y de la sospecha una exigencia penetrante de transparencia que, como afirma el filósofo y profesor de la Universidad de Berlín Byung Chul-Han, nos “indica precisamente que el fundamento moral de la sociedad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada vez más su significación. En lugar de la resquebrajadiza instancia moral se introduce la transparencia como nuevo imperativo social”. Y como la verdad es la verdad, la diga Agamenon o su porquero y, además, siempre goza de una tremenda utilidad práctica, como la corrupción sigue campando a sus anchas, uno no sabe qué decir; porque ninguna ley arregla por si sola los problemas, si acaso apunta soluciones, como la reciente Ley de Transparencia que dificultará la corrupción pero no acabará con ella. Necesitará de mucha ayuda educativa y, como dice Antonio Garrigues, de una inyección de virtudes cívicas. Y esa tarea nos corresponde a todos, sabedores de que el camino será largo y tortuoso. Angel González, poeta grande, escribió unos hermosos versos que reflejan el actual estado de ánimo de muchos de los que –antes y ahora– creímos que el cambio era posible: “Por raro que parezca/ Me hice ilusiones/ No se con que, pero las hice a mi medida/ Debió de haber sido con materiales muy poco consistentes”. Se me ocurre que, como la civilización occidental es por tradición perdonadora, juzgados y condenados los corruptos, y una vez cubiertas ciertas exigencias ineludibles y no negociables (cumplir siempre la pena impuesta y devolver el dinero), tampoco se trata de que colguemos a los delincuentes el sambenito de por vida o pongamos su nombre en la picota para toda la eternidad; o a lo mejor sí. Pero algo deberíamos hacer porque, aunque el propio pecado arrastra su penitencia, no estaría nada mal que con una simple mirada pudiéramos identificar a los corruptos/corruptores para evitar más engaños y reincidencias. Por ejemplo, podríamos invocar a la magia y dejar que actúe de forma relativamente molesta pero, a estos efectos, siempre efectiva: “Las mentiras, hijo mío, se reconocen enseguida porque suelen ser de dos clases: hay mentiras que tienen las piernas cortas, y mentiras que tienen la nariz larga. La tuya, por lo que veo, es de las que tienen la nariz larga”, le dijo el Hada a Pinocho. • No estaría nada mal que con una simple mirada pudiéramos identificar a los corruptos / corruptores para evitar más engaños y reincidencias. Cardenal uruguayo Sturla (derecha) en la UBA FORO •61