Revista Foro Ecuménico Social Número 12. 2015 | Page 11
Atrio de los Gentiles en la Argentina
drá ser un peso; para otros, por el contrario, será una herencia preciosa. Pues
bien, para desarrollar el tema siquiera sea
de manera simplificada, nos confiamos –
como decíamos– a cuatro componentes
o principios emblemáticos fundamentales, dejando entre paréntesis otros igualmente relevantes.
El principio personalista
La primera concepción radical que proponemos podría ser definida como el
“principio personalista”. El concepto de persona, a cuyo nacimiento han
contribuido también otras corrientes de pensamiento, adquiere efectivamente en el mundo judeocristiano una
particular configuración a través de un
rostro que tiene un doble perfil y que
ahora representaremos haciendo referencia a dos textos bíblicos esenciales
que son casi el incipit absoluto de la antropología cristiana y de la antropología
occidental.
El primer texto proviene de Génesis
1,27, por tanto de las primeras líneas de
la Biblia: “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó: hombre
y mujer los creó”. A menudo esta frase
ha sido colocada dentro de la tradición
–baste pensar en San Agustín– como
declaración implícita de la existencia del
alma: la imagen de Dios en nosotros es
la espiritualidad. Todo ello, sin embargo,
está ausente en el texto, porque después
de todo, la antropología bíblica no tiene especial simpatía por la concepción
alma/cuerpo separados, puestos en tensión según el modo platónico, o incluso
unidos a la manera aristotélica.
¿Cuál es, entonces, la característica
fundamental que define al hombre en
su dignidad más alta, “imagen de Dios”?
La estructura típica de esta frase, construida según las normas de la estilística
semita, revela un paralelismo progresi-
vo: “Dios creó al hombre a su imagen; a
imagen de Dios lo creó; hombre y mujer [este es el paralelo de “imagen”] los
creó”. ¿Pero acaso Dios es sexuado? En
la concepción bíblica se excluye siempre una diosa paredra, en polémica con
la cultura indígena cananea. Entonces,
¿cómo es que el ser hombre y mujer es
la representación más alta de nuestra
dignidad trascendente?
Aparece aquí la primera dimensión
antropológica: ésta es “horizontal”, es
decir, la grandeza de la naturaleza humana está situada en la relación entre
hombre y mujer. Ahora no es posible
entrar en el mérito de la conocida cuestión del gender, aun dejando claro que
nos parece coherente conservar una
concepción en la que la “objetividad”
del dato natural de base sea primaria
respecto a la elaboración “subjetiva” y
socio-cultural que se debe también tener en consideración. Se trata de una relación fecunda que nos asemeja al Creador porque, generando, la humanidad
en cierto sentido
continúa la creación. He aquí, entonces, un primer
elemento fundamental: la relación, el ser y estar
en sociedad, es
estructural para la
persona. El hombre no es una mónada cerrada en sí
misma, sino que
es por excelencia
un “yo ad extra”, una realidad abierta.
Sólo así alcanza su plena dignidad, deviniendo la “imagen de Dios”. Esta relación está constituida por dos rostros diversos y complementarios del hombre y
de la mujer que se encuentran (relevante
al respecto la reflexión de Lévinas).
El hombre no es una
mónada cerrada
en sí misma, sino que
es por excelencia
un “yo ad extra”,
una realidad abierta.
Sólo así alcanza
su plena dignidad,
deviniendo la “imagen
de Dios”.
Ravasi recibe el Doctorado
Honoris Causa de
la Universidad Católica
de La Plata, de manos del
Rector Hernán Mathieu.
FORO
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