Revista Foro Ecuménico Social Número 12. 2015 | Page 16
Atrio de los Gentiles en la Argentina
Se debe,
por lo tanto, hablar de
un compromiso
complejo de diálogo, de
intercambio cultural y
espiritual, que excluya
todo fundamentalismo,
integralista y todo
sincretismo incoloro.
Javier Benavides, Ravasi y
Francisco Sancho Fermín,
en la Universidad Pontificia
Comillas.
16• FORO
bra-clave que abre las cerraduras más
diversas. Cuando el término fue acuñado, en el siglo XVIII alemán (Cultur,
se convirtió después en Kultur), el concepto subyacente era claro y circunscrito: abrazaba el horizonte intelectual
alto, la aristocracia del pensamiento, del
arte, del humanismo. Desde hace varias
décadas, en cambio, esta categoría se ha
“democratizado”, alargó sus confines,
asumió caracteres antropológicos más
generales, análogos a la concepción clásica de la paideia griega y de la humanitas latina. Además superando una visión tradicional eurocéntrica, se llegó al
reconocimiento de la pluralidad de las
culturas.
A este punto es natural entrar –siquiera sea de manera muy esencial– en la
cuestión del nexo más específico y de las
interacciones entre las diversas culturas
que entran en contacto unas con otras.
Fue precisamente aquel siglo
XVIII alemán,
en el que –como
se dijo antes– se
había acuñado el
término Cultur/
Kultur, cuando
se comenzó también a hablar de “culturas” en plural,
poniendo así las bases para reconocer y
comprender ese fenómeno que ahora se
define como “multiculturalidad”. Esto
se opone a toda tentación exclusivista,
fundamentalista y etnocéntrica, y a la
perspectiva descrita en el famoso ensayo
“El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial” publicado en 1996 por el politólogo Samuel
Huntington.
La perspectiva más correcta, humana y teológicamente, es, en cambio, la de
la interculturalidad, cuyo aporte es muy
diferente al de la pura y simple “multi-
culturalidad”. Esto se basa en el reconocimiento de la diversidad como una
aparición necesaria y preciosa de la raíz
común “adámica”, sin perder la propia
especificidad. Se propone, entonces, la
atención, el estudio, el diálogo con la civilizaciones antes ignoradas o remotas, y
que ahora se asoman con fuerza al plano cultural, hasta ahora ocupado por el
Occidente (piénsese, además en el Islam,
India y China), un asomarse que es favorecido no sólo por la actual globalización, sino también por los medios de
comunicación capaces de traspasar toda
frontera (la red informática es su símbolo capital).
Estas culturas, “nuevas” para el Occidente, exigen una interlocución, a menudo impuesta por su presencia imperiosa, tanto es así que ya se tiende a
hablar de “glocalización” como nuevo
fenómeno de interacción planetaria. Se
debe, por lo tanto, hablar de un compromiso complejo de diálogo, de intercambio cultural y espiritual, que excluya todo fundamentalismo, integralista
y todo sincretismo incoloro. Este compromiso podría ser representado de manera emblemática –en términos teológicos cristianos– propiamente a través de
la misma característica fundamental de
la Sagrada Escritura.
La Palabra de Dios no es, en efecto, un aerolito sagrado caído del cielo,
sino más bien –como ya se dijo– la intersección entre Lógos divino y sarx histórica. Estamos, así, en presencia de un
encuentro dinámico entre la Revelación
y las varias civilizaciones, de la nómada
a la fenicio-cananea, de la mesopotámica a la egipcia, de la hitita a la persa y a
la greco-helenista, al menos por cuanto
respecta al Antiguo Testamento, mientras que la Revelación neotestamentaria
se ha encontrado con el judaísmo palestino y el de la diáspora, con la cultura