Revista Foro Ecuménico Social Número 11. 2015 | Page 63
Responsabilidad Social y Ciudadana
Gala) y otra que con intereses espurios
habitualmente actúa por cuenta de una
empresa o de una institución, vaya usted a saber si acaso una de las 2.600 firmantes del Pacto Mundial en España; un
político que no atesora la virtud de ser
honesto y un “donante” que tampoco
lo es. Dos personas, en fin, que olvidaron que rendir cuentas no es una humillación sino una señal de respeto y que la
reciprocidad no es recibir dinero a cambio de otorgar ilícitos favores sino, como
bien define el profesor Stefano Zamagni, algo tan hermoso y tan sencillo como
“dar sin perder y recibir sin quitar”.
Aunque en estos tiempos pareciera
el bálsamo de Fierabras, esa poción que
todo lo cura, la transparencia que ahora
tanto se demanda es algo más que una
vacuna contra la corrupción, pero no llega a ser una respuesta definitiva a esa lacra. Ha surgido en nuestra actual sociedad de la desconfianza y de la sospecha
una exigencia penetrante de transparencia que, como afirma el filósofo y profesor de la Universidad de Berlín Byung
Chul-Han, nos “indica precisamente que
el fundamento moral de la sociedad se
ha hecho frágil, que los valores morales,
como la honradez y la lealtad, pierden
cada vez más su significación. En lugar
de la resquebrajadiza instancia moral se
introduce la transparencia como nuevo
imperativo social”.
Y como la verdad es la verdad, la
dig a Agamenon o su porquero y, además, siempre goza de una tremenda utilidad práctica, como la corrupción sigue campando a sus anchas, uno no sabe
qué decir; porque ninguna ley arregla
por si sola los problemas, si acaso apunta soluciones, como la reciente Ley de
Transparencia que dificultará la corrupción pero no acabará con ella. Necesitará de mucha ayuda educativa y, como
dice Antonio Garrigues, de una inyección de virtudes cívicas. Y esa tarea nos
corresponde a todos, sabedores de que
el camino será largo y tortuoso. Angel
González, poeta grande, escribió unos
hermosos versos que reflejan el actual
estado de ánimo de muchos de los que
–antes y ahora– creímos que el cambio
era posible: “Por raro que parezca/ Me
hice ilusiones/ No se con que, pero las
hice a mi medida/ Debió de haber sido
con materiales muy poco consistentes”.
Se me ocurre que, como la civilización occidental es por tradición perdonadora, juzgados y condenados los corruptos, y una vez cubiertas ciertas
exigencias ineludibles y no negociables
(cumplir siempre la pena impuesta y devolver el dinero), tampoco se trata de
que colguemos a los delincuentes el sambenito de por vida o pongamos su nombre en la picota para toda la eternidad; o
a lo mejor sí. Pero algo deberíamos hacer
porque, aunque el propio pecado arrastra su penitencia, no estaría nada mal que
con una simple mirada pudiéramos identificar a los corruptos/corruptores para
evitar más engaños y reincidencias. Por
ejemplo, podríamos invocar a la magia
y dejar que actúe de forma relativamente molesta pero, a estos efectos, siempre
efectiva: “Las mentiras, hijo mío, se reconocen enseguida porque suelen ser de
dos clases: hay
mentiras que tienen las piernas
cortas, y mentiras que tienen la
nariz larga. La
tuya, por lo que
veo, es de las
que tienen la nariz larga”, le dijo
el Hada a Pinocho. •
No estaría nada mal
que con una simple
mirada pudiéramos
identificar a los
corruptos / corruptores
para evitar
más engaños
y reincidencias.
Cardenal uruguayo Sturla
(derecha) en la UBA
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