Revista Foro Ecuménico Social Número 10. 2013 | Page 81
Responsabilidad Social
nos al mismo principio. Podremos, sin
demasiada dificultad, encontrar casos
con intenciones no cosméticas y con ello
falsear rápidamente el supuesto.
Por otra parte cada vez es más difícil
analizar intenciones en actores altamente complejos como los son, por ejemplo,
las corporaciones o los Estados. Como
identificar una intención particular en
esquemas tan complejos de toma de decisiones donde intervienen tantos actores. Las propuestas de balance social han
pretendido dar alguna luz, alguna objetividad, sobre esto pero lejos están todavía
de haberse convertido en regla operativa
generalizada y con suficiente influencia
en los sistemas.
Por eso creo que para analizar posibles alcances y límites del concepto de
responsabilidad social, es mucho más
poderoso analizar las consecuencias de
las acciones que las intenciones. Conviene mirar más a las consecuencias de estos actos, ver cuáles son los beneficios
que se producen y –lo que puede ser
más interesante– cuáles son los beneficios que se dejan de producir por aplicación de este principio. Es mucho más
rico analizar lo que Roland Barthes señalaría como posible “efecto vacuna” de la
aplicación de un principio.
Según Barthes el “efecto vacuna” en
los discursos es precisamente una figura retórica que consiste en confesar algunos problemas o errores parciales u
ocasionales pero, al mismo tiempo, ocultar o hacer que se que se acepten mejor problema mayores y más fundamentales. Así, por ejemplo, las denuncias de
las llamadas “disfunciones” de los sistemas llaman la atención sobre estos problemas particulares pero pueden, al mismo tiempo, distraer la cuestión sobre los
problemas más profundos referidos a la
lógica o a la racionalidad de los sistemas
mismos. Esto que puede parecer tan abs-
tracto se traduce en cuestión de la “responsabilidad social” en cuestiones bien
concretas. Veamos algunos ejemplos.
El libro de Peter Dauvergne y Jane
Lister, “Eco-business” publicado este
año por la editorial del MIT demuestra muy claramente lo que queremos decir. En él se analiza el comportamiento de grandes marcas globales que, en
la última década, han realizado grandes inversiones en favor de programas
ambiciosos de responsabilidad social
corporativa, por ejemplo, para trabajar
sólo con entidades acreditadas de proveedores, reducir la emisión de residuos
tóxicos, de gases de efecto invernadero
y reducir el consumo de agua. Sin embargo ¿estas inversiones logran revertir
o al menos compensar las pérdidas ecosistémicas a las que lleva el crecimiento
económico global? Claramente no. Y el
libro demuestra por qué esto es así.
Para ello los autores nos llevan a mirar aquello que normalmente no se ve.
Nos llevan a reconocer que el eje fundamental de la organización del capitalismo contemporáneo no es más la unidad
de producción, la fábrica, que opera en
un lugar particular y que reúne a un conjunto de personas cuyas acciones pueden ser controladas. El eje fundamental
son las cadenas de valor que se
expanden por una extensa red
de proveedores y consumidores.
En el contexto de la globalización estas redes son
cada vez más extensas y difusas y por lo
tanto cada vez menos susceptibles de
ser controladas desde agentes locales
de gobierno. Lo que
las grandes marcas
deciden sobre esta
extensa red de pro-
Estas corporaciones
al mismo tiempo en
que buscan mejorar
la performance
energética y biótica
de lo que producen,
siguen creciendo y
lanzando a
los mercados más
productos de modo tal
que no logran
compensar, con las
mejoras introducidas,
los perjuicios
que producen.
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