Revista Foro Ecuménico Social Número 10. 2013 | Page 30

Diálogo Intercultural Borges va evocando y enumerando, con muy pocas palabras, hechos, memorias e imágenes de toda la humanidad, e intercala pequeños rasgos conmovedores en medio de temas enormes. 48• FORO cedimiento muy borgeano, que se fue acrecentando con el paso del tiempo, y que se hizo muy evidente en La Cifra y Los Conjurados, sus dos últimos libros de poesía: en el marco de una gran austeridad, Borges va evocando y enumerando, con muy pocas palabras, hechos, memorias e imágenes de toda la humanidad, e intercala pequeños rasgos conmovedores en medio de temas enormes. Volviendo a nuestro asunto, hay que hacer notar el deliberado desplazamiento de toda la escena (en los cinco primeros versos) a una atmósfera árid a, ajena a la iconografía común, que pretende restar una belleza fácil que pudiera conmover (más bien se trata de desalentar) a una devoción superficial. El acento va a estar puesto en otro lado. Inmediatamente (en los tres versos que siguen a los primeros) y reforzado por lo anterior, el brusco paso al tono confidencial de un hombre que no ve (en los dos sentidos) y declara su decisión irrevocable de seguir buscando (pasos intensifica a buscándolo) hasta la muerte, sí conmueve. ¿Buscando qué? Un rostro que él no conoce (aunque puede imaginarlo) y que no es el rostro que quizás muchos otros suponen. Si volviéramos la mirada al Gólgota, ¿de qué estaríamos hablando? ¿De qué belleza se trata? Tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana [...] no tenía apariencia ni presencia, y no tenía aspecto que pudiéramos estimar [...] despreciable y deshecho de hombres, como ante quien se da vuelta el rostro12. ¿Qué es lo que hace que el centurión que está al pie de la cruz confiese: realmente este hombre era un justo (alabó a Dios cuando vio lo que había pasado13)? ¿Qué es lo que hace que uno entienda y alabe a Dios ante lo terrible? ¿Qué vio? La oscuridad, un alarido y el silencio, y un mundo y una tradición que se evaporaban como si no hubieran existido14. Todo este horror no se puede embellecer; es bello, pero ciertamente no tiene nada que ver con lo “lindo”, lo “bonito”, lo “agradable”. Por el contrario, se trata de lo que aparece en lo inaparente, de lo que se revela en el ocultamiento, de la manifestación de una imagen no adecuada a un dios, tal como los hombres entendemos que un dios debiera manifestarse.15 Sólo un amor absoluto, absolutamente libre, puede llegar sin menoscabo de sí hasta la posibilidad de absoluta ausencia de amor (infierno) y desfigurarse, permaneciendo sin embargo idéntico a sí mismo como forma que se revela y ofrece a todo hombre, a cualquier hombre. Sólo quien pueda ver cualitativamente será capaz de percibir la luz de gloria que tanta oscuridad irradia. Y si, simultáneamente, sabe que eso ocurre “por mí y por todos” no podrá apartar la vista. Es más, anhelará, más que ver, ser visto, sin que ya importe qué pueda venir y qué pueda ser de la propia figura: … ellos saben lo que han visto y no se preocupan lo más mínimo por lo que dicen los hombres. Sufren por amor a ella (la gloria de Dios que así se manifiesta en la belleza de la forma humana) y su compadecer queda ampliamente compensado por su ser enardecidos por la suprema belleza, coronada de espinas y crucificada.16 12 Respectivamente: Is. 52,14; 53,2; 53,3. 13 Lc. 23,47. 14 Lc. 23,44-46. 15 Mt. 16,13-23. 16 Gloria, una estética teológica (vol. I). Hans Urs von Balthasar. Ediciones Encuentro. Madrid. 1985. p.35. Comentando un pasaje del teólogo calvinista Karl Barth (Dogmatik, II/1, 723-750) Balthasar anota: