Revista Espacio Freak E.F.: la revista [Numero 02] | Page 35
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Kaito, la jugada es distinta. No se trata de averiguar quién es el
culpable, o por qué o cómo a muerto tal individuo. Desde el
principio, desde la policía hasta Conan, pasando por toda la
gente del país, sabe qué va a hacer y dónde va a hacerlo.
Pues bien, como no era de extrañar, el rival más adecuado
para este personaje, no era otro que Shinichi Kudo, el cual
se convertirá más tarde en Conan Edogawa, que también
se volverá a encontrar con Kaito. Del mismo modo, el rival
más adecuado para Conan es Kaito, quizás la persona que
más dificultades le ha presentado a lo largo de sus cientos
de casos. Y es que con Kaito, la jugada es distinta. No se
trata de averiguar quién es el culpable, o por qué o cómo a
muerto tal individuo. Desde el principio, desde la policía
hasta Conan, pasando por toda la gente del país, sabe qué
va a hacer y dónde va a hacerlo.
Digamos que a Kaito le gusta exhibirse ante las multitudes; es más, cuanta más gente haya en el lugar del robo, más
facilidades se le presentarán a la hora de huir, una de las especialidades de Kaito: su aparecer y desaparecer es todo
un espectáculo para los allí presentes.
Ideal de ladrón
Es común, en Detective Conan, encontrarnos con crímenes cuyos culpables suelen presentar razones consistentes que los han
empujado a cometer el crimen. En Magic Kaito, la fórmula se
repite, presentando a Kaito como un ladrón “bueno”, que fuera
de su faceta como tal, es un estudiante que lleva una vida normal, con una chica que lo quiere, mientras aguanta a su amiga
pesada que ha descubierto su doble faceta.
Pero concentrándonos en su hobby de ladrón, tampoco juega
un papel de lo que podría ser una persona mala y cruel, sino
que presenta sus acciones que como un reto, e incluso un juego,
para los detectives y policías. Un juego en el que más que un
robo, se disputa el honor como perseguidor y perseguido.
Es por ello que Magic Kaito, el ladrón de capa blanca, lejos de ser un criminal, es una simple pieza dentro del juego que narra
Aoyama, en el que las personas y sus caracteres se encuentran idealizados y no buscan reflejar un retrato realista de la sociedad.