Revista EntreClases Nº 6. Mayo 2020 | Page 48

AUNQUE YA NO ESTÉN

Ha perdido la cuenta de las noches que tiene en deuda con la luna.

Es una forma de pagar su condena.

Acariciándose el vientre, se cuestiona el sí.

Quizá si la hubiese dejado vivir menos no estaría ahora muerta.

Pero una vida presa del miedo es el camino hacia la tumba.

Así que optó por carmín.

Por creer que eran sabios todos los que la vanangloriaron por sus senos antes que por sus sesos y pasó su infancia compitiendo porque algún Paris le diese la manzana.

Sin saber que cuando fuese el momento de morderla la nombrarían reina del pecado.

Quizá sí le hubiese dicho que no, no le quedarían solo memorias de taconeo.

De calles vacías impregnadas por la fragancia del miedo. De ojalá y tenga suerte. De no volver sola, de dormir tranquila, de ten cuidado vida mía no vayas a ser la próxima. Y lo sería.

De su rojo de carmín inundando un cuerpo, de descampados cementerios de vírgenes, de silencios.

Aunque hubiese gritado. Aunque hubiese peleado. Aunque hubiese quedado viva.

Tampoco la habría creído.

Y le llora la cara otra noche más por haberle dicho a su pequeña sí, aún sabiendo que nadie le escucharía su no.

Y le tamborea la conciencia un tranquila mamá. Y se achucha su tripa, como si fuese un legado, como si quisiera sacarse sus vísceras, como si supiese un por qué si había vivido poco, un por qué si ya se habían ido demasiadas.

Y apoya su alma junto a la ventana por si alguna madrugada se la traen de entre las calaveras,para decirle que nunca se encontró con ningún monstruo. Y se tortura la que le dio la vida por no poder devolvérsela.

Y decide recorrer esa calle. La del taconeo, la de las súplicas sin respuestas, la de la resistencia al intrépido vuelo descendente de su falda. A recorrerla honrado su memoria, sus alas, sus sueños, su pequeña.

Porque si el aleteo de una mariposa puede originar un tornado, cómo un cadáver no iba a desembocar la revolución.

UN PAÑUELO NOS DIFERENCIA

La luz y el calor eran intensos en la gran masa de arena del desierto del Sahara.

Su piel negra como granos de café y la intensidad de sus ojos se reflejaban en su choza de paja.

Matu, con apenas trece años miraba su anillo de compromiso dorado, mordiéndose el labio inferior. Suspitó levemente. Desató el pañuelo de flores que cubría su cara, arrojándolo al suelo. Este dio un tirabuzón en el aire desprendiéndose en la arena.

Pasó el tiempo, los finos vagos de arena lo cubrían y sus flores se marchitaron como la inseguridad de Matu.

Ahora era libre

Laura Suero, alumna de 2º Bachillerato

Lucía Gil, alumna de 1º ESO E