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Más allá de nuevas leyes y planes educativos y escuchando la voz de nuestro alumnado, me pregunto si una de las soluciones que pueden tener mayor repercusión en la conciencia de los más jóvenes de cara a preservar la salud de nuestro planeta no será echar el ancla, ralentizar el paso, y volver a dar importancia a aquellas acciones sencillas que aprendimos en el colegio pero que dejamos de realizar inmersos en la vorágine de los estándares de aprendizaje, la gamificación o el diseño de sofisticados proyectos de investigación. Acciones tan simples como recordar que tenemos que subir más las persianas y apagar más las luces, leer La Tierra herida de Delibes o “plantar arbolitos”.
Como escribe el filósofo ecologista Jorge Riechmann