José Manuel Ricalde
EN LA GÉNESIS
DE LA INSTITUCIÓN
J
osé Manuel Ricalde Fernández recuerda como si fuera ayer su primera visita a las hijuelas
del fundo San Pascual, en Las Condes, donde poco tiempo después se empezaría a
construir el Estadio Español, un centro destinado a la colonia residente que buscaba
estrechar los lazos y no perder las raíces hispanas.
Ahora en Viña del Mar, sentado en su escritorio frente al mar, evoca esos tiempos “maravillosos”
ligados a la institución y a la colectividad asturiana, tiempos que agradece y que lo ayudan a
perpetuar el optimismo que ha caracterizado su andar, pese a estar aquejado hace un par de
años de una dura enfermedad.
“Tendría unos 15 años –recuerda-, cuando, estando en la ferretería de mi papá, seguramente
porque yo había pasado a pedir algo de plata como siempre lo hacen los mozuelos, llega justo
don José Vega, secretario de la Unión Española, y nos invita a ver unos terrenos que estaban
vendiendo. Contó que en la reunión de la noche anterior, el Directorio le había asignado ir
a ver esas hijuelas para informar, ya que habían decidido construir un estadio con canchas
de fútbol y piscina. Vamos a verlas rapaz, me dijo... Don José era de Panes, del mismo pueblo
de Asturias de mi padre, un verdadero visionario. Cuando vio esos terrenos, donde habían
unas vacas pastando y unas vasijas gigantes de greda en el centro, señaló que la ubicación
era estupenda, que si no lo compraba la Unión Española, lo compraría él… Y así, de pura
casualidad, fui uno de los primeros que pisé esos potreros”.
Y como adolescente soñador, no dejó de pensar en el estadio prometido. “Todos los días, a la
salida del colegio me montaba en mi bicicleta y pedaleaba hasta allá. Esas vasijas de greda eran
mi punto de ubicación. Allí me sentaba a descansar y añoraba que pronto se hicieran realidad
esas canchas…”
No pasó demasiado tiempo y pudo empezar a disfrutarlas. El frontón fue su preferido y las
tardes de piscina llenaron sus veranos.
Fue en esas dependencias, en Nevería, donde José Manuel Ricalde conoció a Consuelo
Borbolla Aceval, cuando siendo todavía una niña bailaba en el grupo de baile asturiano. Más
tarde fue presidenta de la Rama de Danzas Españolas, cargo que mantuvo durante más de
una década. Este año, la pareja celebró 61 años de matrimonio. Cinco hijos –uno de los cuales
ya falleció-, diecinueve nietos y cinco bisnietos, más otro en camino, completan la familia que
hoy llena los espacios y sus vidas.
Aunque no es parte de
los socios fundadores,
siendo un adolescente
conoció los terrenos
donde se construiría el
estadio y de inmediato
comprometió su corazón
a la causa hispana.
Durante 10 años, fue presidente de la Rama de Frontón, deporte que jugó durante 45 años,
y muchos fueron los logros en ese período. Uno de ellos fue “la iluminación de las canchas,
que permitió jugar en la noche. Se aprovechaba más. Los socios salían del trabajo y se iban
al frontón. Después se pasaban al bar, a tomar una copa, jugar dominó o cartas… Uno hacía
mucha vida en el estadio, era de verdad la segunda casa”, cuenta este socio, quien tiene en su
currículo personal el haber sido el primer gimnasta del estadio. “Cuando partieron las clases con
un profesor, me inscribí de inmediato. Es que siempre he sido muy deportista. Incluso ahora,
en el gimnasio de mi edificio, lo hago acompañado de un kinesiólogo”, recalca con sus ojos
celestes llenos de añoranzas.
Hombre moderno para sus tiempos, vanguardista, escuchador y gran conversador, pausado,
estudioso de la medicina y lector innato, José Manuel Ricalde –a sus 86 años- no ha cambiado su
esencia. Consejero de sus hijos, confidente de sus nietas y corrector de trabajos universitarios
o escolares de sus regalones, asegura que no tiene tiempo para aburrirse.
Las últimas labores que realizó en el Estadio Español fueron de cobranzas. “Por el año 85
cerramos la ferretería que teníamos en Providencia con Pedro de Valdivia, y como yo era
amigo de todo el estadio, me encargaron cobrar las cuentas. Lo hice durante unos 12 años
más o menos, pero no podría decir que fue un trabajo, porque todo se me daba muy fácil. No
era para nada estresante”.
Hace dos décadas, se estableció en Viña del Mar. Un tiempo se desempeñó como gerente
general del Estadio Español de Recreo, pero su lazo afectivo había quedado atado para siempre
en Santiago. “Acá también hay una colonia asturiana y participamos bastante. Consuelo está en
el coro. Pero para mí nunca volvió a ser como en nuestro estadio, en Santiago, donde me sentía
en casa”.
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¡Y cómo no!, si siendo casi un niño estuvo en la génesis del proyecto, sin soñar siquiera en lo
que llegaría a convertirse con los años esta institución hispana.