Revista DOSIS 6.1 DOSIS 6.1 NORMAL | Page 6

La Brasilia El destino no hace visitas a domicilio. Este es el legado que le ha quedado a los habitantes del barrio La brasilia al sur de Armenia. H ay heridas que no se sanan pronto, por- que pasan los días y los recuerdos son tan recurrentes, y todo lo que se percibe alrededor tiene señales del pasado, que el proceso de sanar y olvidar puede tomarse más minutos del tiempo en el que contemplamos dejar todo atrás. Quizá de eso se trata la vida del expolicía Hernán Ramírez, el líder del barrio La Brasilia en Armenia, quien desde 1999 ha tenido que lidiar con sus recuerdos y con los de muchos habitantes del sector que por poco desapare- cía y dejaba atrás un universo comunitario de logros compartidos. El día transcurría de manera normal. Una jornada de trabajo en la que no debían regis- trarse altibajos, más que los generados por revisar la tarea de los jóvenes encargados de la limpieza, curtido, recurtimiento y acabado de las pieles de animales que convertían en cuero. 6 Foto: Laura Castaño Giraldo La ansiedad por regresar a casa y ver a los su- yos, no podía ser mayor. De camino al ba- rrio vio las ca- sas en el piso, los vecinos llo- rando y los es- fuerzos comu- nales de mucho años perdidos. En la mañana, despedirse de sus hijos, ben- decirlos antes de asistir al colegio, hablar con la esposa sobre los pendientes del día y esperar volver a la hora del almuerzo. Sin em- bargo, el destino escribiría para él, su familia y sus vecinos, una historia que no se olvida, que partió en dos la ruta a transitar, con algo de dolor, con mucho de esperanza. La sonada tragedia del terremoto del 25 de enero 1999, le llegó cuando era administrador de una empresa de cueros y tenía a cargo a cerca de 70 personas. El movimiento telúrico los desalojó del sector La María, en Armenia, y su instinto lo llevó a buscar de inmediato a su familia, que habitaba a unos 4 kilómetros de allí. La imagen no podía ser más cruel. La an- siedad por regresar a casa y ver a los suyos, no podía ser mayor. De camino al barrio vio las casas en el piso, los vecinos llorando y los esfuerzos comunales de mucho años perdi- dos. Luego de dos horas de camino, pues la congestión y el caos reinaban, llegó para ver al fin que su familia estaba a salvo. La sensación era indescriptible. Muchos de sus amigos lloraban con dolor la espera, entre los escombros, de sus familiares. Los com- pañeritos de colegio de sus hijos, seguían sin entender que la tragedia les arrebataba la ilusión de jugar al balón en la esquina de su casa. 7