La Brasilia
El destino no hace visitas a domicilio.
Este es el legado que le ha quedado a los
habitantes del barrio La brasilia al sur
de Armenia.
H
ay heridas que no se sanan pronto, por-
que pasan los días y los recuerdos son tan
recurrentes, y todo lo que se percibe alrededor
tiene señales del pasado, que el proceso de
sanar y olvidar puede tomarse más minutos
del tiempo en el que contemplamos dejar todo
atrás.
Quizá de eso se trata la vida del expolicía
Hernán Ramírez, el líder del barrio La Brasilia
en Armenia, quien desde 1999 ha tenido que
lidiar con sus recuerdos y con los de muchos
habitantes del sector que por poco desapare-
cía y dejaba atrás un universo comunitario de
logros compartidos.
El día transcurría de manera normal. Una
jornada de trabajo en la que no debían regis-
trarse altibajos, más que los generados por
revisar la tarea de los jóvenes encargados de
la limpieza, curtido, recurtimiento y acabado
de las pieles de animales que convertían en
cuero.
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Foto: Laura Castaño Giraldo
La ansiedad por
regresar a casa
y ver a los su-
yos, no podía
ser mayor. De
camino al ba-
rrio vio las ca-
sas en el piso,
los vecinos llo-
rando y los es-
fuerzos comu-
nales de mucho
años perdidos.
En la mañana, despedirse de sus hijos, ben-
decirlos antes de asistir al colegio, hablar
con la esposa sobre los pendientes del día y
esperar volver a la hora del almuerzo. Sin em-
bargo, el destino escribiría para él, su familia
y sus vecinos, una historia que no se olvida,
que partió en dos la ruta a transitar, con algo
de dolor, con mucho de esperanza.
La sonada tragedia del terremoto del 25 de
enero 1999, le llegó cuando era administrador
de una empresa de cueros y tenía a cargo a
cerca de 70 personas. El movimiento telúrico
los desalojó del sector La María, en Armenia,
y su instinto lo llevó a buscar de inmediato a
su familia, que habitaba a unos 4 kilómetros
de allí.
La imagen no podía ser más cruel. La an-
siedad por regresar a casa y ver a los suyos,
no podía ser mayor. De camino al barrio vio
las casas en el piso, los vecinos llorando y los
esfuerzos comunales de mucho años perdi-
dos. Luego de dos horas de camino, pues la
congestión y el caos reinaban, llegó para ver
al fin que su familia estaba a salvo.
La sensación era indescriptible. Muchos de
sus amigos lloraban con dolor la espera, entre
los escombros, de sus familiares. Los com-
pañeritos de colegio de sus hijos, seguían
sin entender que la tragedia les arrebataba la
ilusión de jugar al balón en la esquina de su
casa.
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