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ecía Freud que de belleza
también se podía enfermar
y que lo bello lleva intrínse-
co un elemento perturbador
que puede alterar nuestras
facultades intelectuales y turbarnos el ánimo.
Estar en la orilla del río Danubio a la altu-
ra del Puente de las Cadenas (Széchenyi lán-
chíd) cuando ya ha anochecido lleva a un esta-
do parecido al descrito por Freud sin lugar a
dudas. Budapest es de las ciudades que sobre-
cogen, con una historia convulsa que se deja
ver en sus calles y edificios: plaza importante
del antiguo Imperio austrohúngaro, una de las
ciudades más occidentalizadas durante su eta-
pa soviética y con un presente orgulloso que
lleva a sus vecinos a colgar su bandera nacio-
nal casi en cada bloque de pisos.
La imagen que a casi todos nos viene a la
mente antes de conocer Budapest es la de su
imponente Parlamento, el tercero más grande
Vista de Buda sobre el Danubio
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