Revista de viajes Magellan Magellan Nº41 | Page 30

Una cuadrilla de pescadores observa como otra cuadrilla recoge la red del país con más calma, profundidad y des- asosego del que nunca habría pensado. Mi base en este viaje se ubica en el pueblo de Playas, nombre con el que todo el mun- do conoce este asentamiento a pesar de que oficialmente se llama General Villamil. Al poco de dejar mis bártulos en el hotel entien- do el porqué del éxito de su nombre popular: la ruidosa pero desierta playa que se extiende hasta donde mi vista alcanza. El encargado del hotel me cuenta que a pesar de que ahora observe la arena desnuda, esta se llena con un sinfín de turistas de Guayaquil al llegar vaca- ciones y fines de semana. Por suerte para mí, es un martes, cosa que me permite perderme en enormes paseos solitarios acompañados del rugir del poderoso Océano Pacifico. Me fascina esta playa. Es solitaria, auténti- ca, poco urbanizada y rebosante de vida. Me cruzo sin cesar con garcetas y ostreros que surcan la arena y las aguas superficiales en busca de alimento, fragatas y pelicanos que están al acecho de los restos de peces que los pescadores descartan, y gallináceos (un tipo de pequeño buitre) que hacen desaparecer los restos de varias tortugas que encontraron la muerte en el fondo de negras redes de pesca. Durante los paseos veo como baja la marea, dejando al descubierto cangrejos azules y equinodermos planos y convirtien- do la llanura mareal en un gigantesco espejo que refleja luces y sombras hasta el infinito. Pero lo que más me sorprende son las cua- drillas de pescadores que vuelven del océano 30