revista de pensamiento crítico y reconocimiento. | Page 195

responder a lo que nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a la moda o disfrarzarnos de oso de las cavernas, etc”. (Savater, Fernando. Ética para Amador, Ed. Ariel)

Por eso la responsabilidad es parte esencial de nuestra libertad. Y en ocasiones observamos en ciertos comportamientos sociales personas que quieren ser libres pero no quieren ser responsables, es decir, no quieren ser culpables. Los culpables siempre son los otros. Es la entronización del inmaduro e infantil ‘yo no he sido’ del niño que acaba de romper el jarrón. La alterización de la culpabibilidad no es sino trasunto de un miedo no confesado a la libertad. Queremos que otras instancias, sobre todo las administraciones públicas, lo controlen todo para huir del autocontrol, el autodominio y la autosuficiencia que son el corazón mismo de la libertad. Queremos que papá Estado lo controle todo -misión imposible- para acceder nosotros a una inocencia primigenia, virginal, inmadura e infantil de la libertad. Al huir de la responsabilidad desertamos de la libertad. Al culpabilizar siempre al otro nuestra mentalidad acusatoria confiesa su esencial miedo a una verdadera, auténtica y estoica concepción de la libertad.

"Si somos frágiles y vulnerables tenemos que aceptar nuestra radical impotencia y que, pese a todo, pese a los grandes avances científicos y tecnológicos ‘el mundo no está en nuestras manos’"

En grandes pensadores como Descartes o Kant, sin ser estoicos, encontramos atisbos de esa actitud estoica sobre todo en sus reflexiones sobre el ser humano, el destino y la libertad. Siempre me ha parecido especialmente interesante una de las máximas que expone Descartes en la parte tercera del Discurso de Método cuando plantea unos principios de la moral provisional que no tienen desperdicio: “La tercera máxima era procurar dominarme a mí mismo más pronto que a la fortuna y cambiar mis deseos antes que el orden del mundo; y , en general acostumbrarme a creer que no hay nada que esté enteramente a nuestra disposición, tan solo nuestros pensamientos”.( Descartes, René. Discurso del método. Parte Tercera)

En este juego tan constante y extraño que los seres humanos llevamos con la voluble y tornadiza fortuna, con aquello que nos puede pasar, no está de más tener muy claro que el del destino es un ámbito que por más que nos empeñemos nunca podremos controlar, nunca podremos elegir lo que nos pasa. Pero sí que hay un ámbito que “está enteramente a nuestra disposición”, sí que podemos ser señores y dueños de ese recinto, sí que podemos controlar esa instancia: es el ámbito de nuestras decisiones, el recinto de nuestros pensamientos, la instancia de nuestra libertad.

Los estoicos lo tenían claro y han insuflado en nuestra tradición intelectual esa profunda reflexión sobre la libertad. De nuevo Savater: “No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos…) sino libres para

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