Revista Crece Perfectas e imperfectas | Página 7

C ada vez que viajo con mi esposo a predicar fuera del país, es increíble ver cómo en cada ciudad latinoamericana hay un restaurante de nuestra nacionalidad; coreana. Generalmente, disfrutamos muchísimo la comida típica de cada país y región, pero si nos dan a elegir preferimos algún plato oriental, sea comida japonesa o china, ¡y si es coreana, mucho mejor! No obstante, a principios de la década de los 80's las cosas no eran como hoy. Mi padre era ingeniero y mi madre ama de casa. Cierto día del año 1983, mis padres decidieron emigrar a América Latina, quizás porque ya teníamos una tía que se había instalado en Bolivia. Eran tiempos de crisis ya que mi país no era lo que es hoy, y además, hacía poco tiempo que había sido derrocada la dictadura militar. En ese sentido, los Juegos Olímpicos del año 1988, fueron como una especie de puntapié inicial para un progreso económico nacional sin precedentes. Fue previo a esa época que muchos compatriotas decidieron probar suerte en el exterior como opción de un futuro mejor. Las conexiones de los vuelos tampoco eran como las de hoy. Recuerdo que en aquel viaje hicimos escala en Tokio, Toronto y Lima para arribar finalmente a Bolivia. Más de veinte horas de vuelo fueron suficientes para que me sintiera una huérfana en medio de un cosmos ilimitado, pues no tenía noción de hacia dónde me llevaban mis padres. A diferencia de la actualidad, emigrar a otro país implicaba irse definitivamente para no volver nunca más. Tenía apenas 8 años, y prácticamente no tengo recuerdos acerca de mi adaptación. No sabía hablar el idioma, la cultura no era familiar; todo era diferente. Aun así, el chicharrón de cerdo sigue siendo inolvidable. Luego de probar suerte en Bolivia, mis padres decidieron radicarse en Argentina. Hemos vivido cualquier cantidad de situaciones difíciles como familia de inmigrantes, pero mi madre siempre estuvo velando por la fe de sus dos hijas. Puedo asegurar que es sumamente complejo para una familia salir de su país de origen y trasladarse a una región totalmente ajena, pero entiendo que fue el Señor quien nos trajo al otro lado del mundo para cumplir sus propósitos. Son muchas las anécdotas que puedo contar sobre lo que mis padres experimentaron como extranjeros, algunas agradables y otras no tanto, pero yo siempre estuve ahí. Es cierto que era muy pequeña para tomar conocimiento de la dimensión de los problemas que atravesaba mi familia, pero algo de esas sensaciones de injusticia, remordimiento y dolor han quedado marcadas en mí hasta hoy. Si hubo alguien que conoció el sufrimiento de mis padres en primera persona, esa soy yo, pues era yo quien los acompañaba a realizar los trámites, la que salía a hacer las compras, la que pagaba los impuestos, la que traducía las noticias, entre tantas otras actividades. Y ahora que los recuerdo, digo: «¡Mira lo que me hacían hacer!» Sin embargo, en cada crisis, veía a mi madre orarle a Dios, cantar alabanzas, hacer un esfuerzo por diezmar, mientras guiaba a mi padre a los caminos del Señor. Mientras tanto, siempre estuve a su lado y me mantuve atenta a sus necesidades. Amar a nuestra familia, en especial a nuestros padres trata de interesarse por sus necesidades ya que ellos se preocuparon por nosotras en su momento. Consejo: Pregúntales cómo están, si necesitan algo, y sé esa hija que siempre está disponible. Tomado del libro L a M ujer I nfluencer • Por Sonia Kim • Editorial Peniel 6