Revista Charoná - Edición número 958 - Agosto 2013 | Page 4
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Indios
Los incas
Machu Picchu
La leyenda que relata su origen dice que cuatro hermanos llamados Ayar salieron a buscar el mejor lugar donde vivir, con un ídolo solar en forma de ave (los incas adoraban al Sol, al que llamaban Inti) y un bastón o cetro de oro que hundían en el suelo para probar si la tierra era buena. Manco Cápac, uno de los cuatro hermanos, fundó la ciudad de Cusco, capital del imperio, en el lugar donde se hundió el cetro, el valle del río Huatanay. Esto ocurría en el siglo XI o XII. Otra leyenda dice que Viracocha, el dios creador (otra representación del Sol), hizo salir de una cueva central a los jefes de las tribus, y de cuevas laterales a los clanes o ayllus, que era como se dividían los incas. Cada ayllu (o comunidad) tenía sus parcelas para trabajar la tierra, y po-
día tener esclavos para hacer los trabajos duros. La más alta autoridad era el inca (emperador), que se consideraba era el hijo del Sol o su personificación, y tenía un poder absoluto. A la esposa del inca se la llamaba coya. Le asesoraba el Consejo de Orejones (se les llamaba así porque usaban pesas en las orejas para estirárselas). Los incas tenían un ejército bien organizado y poderoso, a cargo de jefes militares que obedecían al inca. Los enemigos vencidos o conquistados eran educados en las costumbres incas y obligados a ayudar en los trabajos de agricultura y caminería. Eran muy avanzados ingenieros: creaban terrazas para labranza en la montaña, puentes colgantes para comunicar los pueblos, y sus estructuras de pie-
dra y argamasa han sobrevivido al tiempo y la naturaleza. Cultivaban la papa y el maíz, así como la mandioca, el algodón, tomate y coca. Sus terrazas de cultivo tenían un sistema de riego que hasta el día de hoy no ha podido ser imitado. En cuanto a la cría de animales, su ganado eran las llamas, alpacas y vicuñas. A los incas se les conoce como “el imperio socialista”, ya que la propiedad de la tierra era compartida por toda la población, que destinaba parte de lo cultivado a su propio consumo; otra a los sacerdotes, miembros del gobierno y gente que no podía trabajar (niños, ancianos, enfermos); y una parte se guardaba previendo sequías o catástrofes naturales.