Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 9
«Me he de ir, dice; me he de ir a
Europa, en donde saben apreciarme.
Ingratos: me he de ir; en Francia me
quieren; en Inglaterra conocen y
reconocen mis méritos; en Alemania
tengo vara alta: me he de ir».
mirez, sacad agua de las piedras,
llorad. Ya no oiréis ese paso lento,
pesado, fatídico por vuestras calles.
Ya no veréis ese pescuezo de meses
mayores que está amenazado con
una reventazón de hiel y vinagre;
ya no sentiréis en las carnes esa uña
envenenada. Se va el rey, se va el
papa, se va. Se va, se va nuestro pa-
dre y madre: llorad, lloremos.
¿Qué llanto deplorable es ese
que inunda los ámbitos de la na-
ción? Lloran los hombres, lloran las
mujeres; lloran los civiles, lloran los
eclesiásticos: se fue…
No lloran porque se va, sino
porque no se quiere ir ni morir el
bruto: lloran los cobardes, cuando
lo que deben es alzar el brazo y dar
al través con ese malvado tan sin
fuerza contra un pueblo pundo-
noroso y valiente. ¿Es por ventu-
ra su poder obra de su vigor? La
flaqueza de los demás, la entereza
del ruin que al menor síntoma de
cólera popular pone las manos a
gentes extranjeras y las llama en
su socorro. ¿Qué fuera de él con la
nación alzada? ¿Qué de sus cóm-
plices y esbirros ahogados siempre
en bebidas soporíferas y apocado-
ras? Pueblo, pueblo, la honra ha
huido de tu pecho, la vergüenza
de tu rostro. ¿Cuándo viste sobre
ti alimaña soez y despreciable que
ésta que hoy te está chupando la
medula de tus huesos? ¡Y no te en-
derezas, y no te superas a ti mismo,
y no ruges de cólera y sacudes de
tu cuerpo el ávido murciélago que
ya te tiene exangüe! Honor, pun-
donor, consideración de las demás
naciones, bienes de fortuna, todo
lo que he comido, todo. Y le sufres
aún; y, esqueleto rechinante, le sir-
ves de caballo, y él te monta, y él te
mata. Pueblo, pueblo, pueblo ecua-
toriano, si no infundieras despre-
cio con tu vil aguante, la lástima
fuera profunda de los que te oyen
y te miran. Un tirano, pase: se lo
puede sufrir quince años; ¿pero un
malhechor? ¿pero un salteador, tan
bajo, tan infame?... Pueblo, pueblo,
pueblo ecuatoriano, ve la recon-
quista de tu honra, y muere si es
preciso.
Se va a Europa, allí le aprecian,
le quieren. Los que no saben cuán-
to alcanza en la naciones del viejo
mundo, en esas capitales opulentas,
un desconocido cualquiera que lle-
ga sin nombre ni bienes de fortuna,
podrían quizá dar alguna significa-
ción a la pajarotada de ese farandu-
lero. ¿Quién le aprecia en Europa?
¿La motilona que le lleva a medio-
día su pitanza a la cama? ¿El mozo
de la cervecería que le sirve copa
sobre copa? ¿La dama del número
5 que le conoce como su parroquia-
no? ¿El dueño del garito que le ve
todas las noches? Estos le aprecian,
estos le quieren.
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