Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 70

’ ’ ’ Pasaron los días y Shui estaba convertida en un mar de nervios. Casi no dormía, ni comía esperan- do noticias de su madre. Shui fue a visitar a la vecina y le dijo que es- taba asustada y que necesitaba tra- bajar, que ya casi no tenía dinero. Shui, le dijo la vecina, puedo hablar con un conocido mío que tiene un bar para que te ayude, es lo único que se me ocurre por el momento. La vecina anotó un teléfono celular en una hoja de cuaderno. Ella se lo llevó y lo llamó, le dijo que llamaba de parte de la vecina, amiga de su madre, y quería saber si podía darle un trabajo, en lo que fuera. El hombre le dijo que sí, que claro, que fuera a verlo, que andaba buscando meseras. El hombre se llamaba Donatien, era divorciado, gordo, calvo y era dueño de un bar en el barrio Pigalle de París. Shui fue a verlo al día siguiente, tuvieron una breve conversación y empezó a trabajar en el bar. Su horario de trabajo era de 09:00 a 18:00. 68 Shui era una buena mesera. Tra- bajaba bien e incluso recibía bue- nas propinas pero no le alcanzaba el dinero. Por ser menor de edad, Shui no recibía un sueldo digno y de paso era extranjera, cosa que no ayudaba. Donatien tenía una debi- lidad, le fascinaban las menores de edad y si eran vírgenes mejor. Él le coqueteaba a Shui e incluso le pro- puso salir a comer a un restaurante, los dos solos. Le propuso aumen- tarle de manera considerable el sueldo si se convertía en su amante. Shui siempre se negaba, hasta que no tuvo escapatoria. Una noche salieron a comer a un lujoso restau- rante del centro de París y después la invitó a su casa. Shui tenía mucho miedo. Le pidió que se desnudara. Shui poco a poco se fue quitando la ropa. Temblaba. No le gustaba ese viejo feo pero el dinero prome- tido era bastante. Shui se acostó en la cama. Donatien le bajó el calzón con los dientes y se acercó a su tierna vagina, rosadita, sin vellos y se que- dó observándola. Shui seguía tem- blando del miedo y no decía nada. —Quiero confesarte algo, Shui, las vaginas de las mujeres son her- mosas, pero sobre todo las vaginas de las chinas son únicas, olorosas, especiales. Son diferentes al resto de las mujeres del mundo. Son más apretadas, más finas, más delicadas; es difícil de explicar. Desde que te vi, esperaba este momento. Amo tu vagina virgencita, la amo. Donatien olía su vagina como si fuera el mejor perfume de Pa- rís. Shui tenía los ojos cerrados. Él agarró su verga y la puso sobre su vagina y metió la punta varias ve- ces. Shui gritaba. Otra vez, otra vez y otra vez. Shui gritaba y lloraba. Unas gotas de sangre mancharon las sábanas. Donatien sudaba y ba- beaba de placer. ’ ’ ’ Shui siguió viviendo en su casa, aunque dormía casi siempre en casa de Donatien. Shui casi no hablaba. No decía palabra alguna. Solo tra- bajaba de mesera y en las noches era penetrada, a veces, de manera salvaje pero no se quejaba. Nunca se quejaba por nada. Hasta que un día, recibió una llamada por teléfo- no. Era Li, su madre, que le pedía que la vaya a ver. Le dio la dirección de