Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 51
poesía
La breve duración Bukowski
Leí un largo poema de William Carlos Williams
sobre el amor y los asfódelos. Entre lo que ignoro,
tampoco sé qué cosa es el asfódelo. Otras flores tuve
y de otros poemas gusté y también tuve otras ignorancias.
Es cierto que los poemas colocan cosas sobre el mundo
y que hay personas que no gustan de ellos
ni del mundo,
aunque serían mejores si tuvieran
aquello que tienen los poemas.
¿Qué tienen los poemas, William Carlos Williams?
Provocan la desazón de lo desconocido,
el deseo de asir el humo que emana
de lo que creemos conocido.
Tuve esta flor, por ejemplo, hace años,
sobre la pared de una casa en la que estuve viviendo;
en su patio las orquídeas cubrían el lugar
donde antes estuvo la caseta de madera;
en la caseta de madera, el padre de mi amigo,
una mañana nada especial
amaneció colgado de las vigas.
Las orquídeas luego cubrieron el lugar
pero no borraron su aura de tragedia. No tuve que dejarles mi hermoso cisne
pues no había invierno ni lagos congelados
donde mueren los cisnes.
Y es lo único que no he tenido que dejarles.
Los mismos que arrastraban sus zapatos de polvo
y echaban su distracción sobre los seres vivientes
pidieron para sí todo lo que tenía:
gatos de mirada equidistante
haciendo equilibrios sobre las alambradas
pájaros comunes que anidaron en mis árboles.
Los vi desde el cercado
ya no tenían ese brillo en la mirada
y morían contemplados por las miradas sin brillo
de los que hablaban de la comida y el verano
y uno me miró
para que lo pusiera a morir a salvo en mi corazón
pero fui cobarde y lo dejé allí
como tú les dejaste tu hermoso cisne
y nadie me ha vuelto a mirar con la misma necesidad.
De entonces acá estas flores no perdieron hermosura,
pero igual son materia del suicidio. Casa en la tierra
Otra flor tuve que vi crecer bajo mi agua
—el lirio perenne descrito por Ariel—;
tenía pocas cosas, paredes alquiladas me servían de hogar:
todavía me sirven.
No tuve asfódelos, tuve éstas para mí.
Y de mí ellas no guardaron memoria.
Es vanidad de los poemas fijar los deseos del otro
y es vanidad de los poetas
creer que sus versos se fijan en el otro
como no lo hace la flor más que el tiempo
que le corresponde.
Si acaso guardaré algo para mí será lo mismo
que di a los otros que se me acercaron:
la breve duración de los asfódelos,
las orquídeas suicidas, los lirios de agua.
Sobre la tierra firme construimos refugios
promisorios
creemos en ellos como la salvación:
nadie nos salvará de nuestra vanidad
nuestro peso de hormiga en la casa mudable
nada nos apartará de las paredes provisionales
pegadas a las rocas.
En el antiguo mundo en las montañas de Petra
los hombres cincelaron el sueño rosa de los otros.
En filas sudorosas / aspirando en el polvo
tallaron las catedrales de los dioses de piedra.
Nuestros dioses de arcilla en ciudades insomnes
enredan su confusión en columnas y techos circulares.
Pues toda casa tiembla.
Sobre la tierra firme la única firmeza
proviene de los sueños que echamos hacia el agua
y el agua los devuelve
como lengua que lame los contornos
del cuerpo y los suaviza
y les crea la breve eternidad de las paredes
de los sueños de agua
las palabras.
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