Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 42
miedo. Decirle mis cosas sin miedo.
Cosas buenas que tengo yo aparte
de las manos. No podía estarme
allá tranquilo sin decirle nada. Sin
mirar los pezones que se marcaban
bajo la blusa. Pezones que gritaban
Tócame. Seguro gritaban Tócame
si hubieran podido hablar. Y yo po-
día oírlos aunque no gritaran. Yo
podía olerlos. Estaban allí, como
dos serpentinas sueltas del camino,
peligrosas y traicioneras, dos rocas
que gritaban Tócame. Y dos rocas
tenían que ser. Duros y grandes que
se veían.
Oliveros daba vueltas y se que-
daba mirando. Marilia cerca. Ca-
milo en su rincón. Camilo como
si no existiera. Yo creo que fue un
momento malo. Un tiempo así
como de noche que va a terminar
mal. Como de amanecer que no lle-
ga. Y yo trataba de apartar los ojos
de Marilia. De alejarme del olor
a cama y a mujer. Del grito de los
pezones limpios. Del Tócame que
decían. Era mejor alejarse porque
Oliveros estaba cerca. Y yo con el
cuchillo. Cosas que se le ocurren a
uno cuando los ojos se cierran. Co-
sas que uno ha querido apartar de
la cabeza porque sabe lo que puede
venir después.
Amanecía cuando nos fuimos
de la casa de Oliveros. A Camilo no
le dije nada de Marilia. Ni él dijo
nada tampoco. Me dio mi parte del
dinero y se escurrió en el callejón.
Se fue callado, con la mirada fija en
el suelo. Triste, digo yo. Triste que
se veía. Por lo de la yegua, seguro.
Y yo entendí que no podía hacer
nada por él. Dejarlo solo. Era eso
lo único. Por el momento era eso.
Después lo podía buscar, más tarde,
pero entonces estaba pensando yo
en ese problema mío con Marilia.
En esa fijación. Pensé que era me-
jor apartarme. Apartar la mirada.
Alejar ese olor y ese grito. Taponear
los oídos y cerrar los ojos.
Pero en los ojos nadie puede
mandar. A los ojos no les pueden
decir que no miren. Y mis ojos mi-
raban. Dicen que es el corazón el
que se manda solo. Y yo digo que el
corazón no es nada sin los ojos. Por
ellos se me entró Marilia al cuerpo.
Se me asomó al interior. Son esas
cosas que le pasan a uno a veces.
Uno se pregunta qué hacer con
toda esa sangre mala. Porque debe
ser la sangre la que se le pone a uno
difícil. Y uno quisiera preguntar si
está mal o está bien eso de dejarse
llevar por el instinto. Uno quisiera
que lo pararan a tiempo. Pero no
había nadie cerca. Camilo estaba. Y
a Camilo no se le podía preguntar
de esas cosas. Camilo solo podía
saber de café. Se quedaba callado y
bajaba la cabeza cuando los hom-
bres hacían sus cuentos de muje-
res. Dicen que ese problema de las
glándulas le dejó todo chiquito.
Así que yo no tenía ningún
derecho a meter a Camilo en mis
cosas. Y no tenía tiempo tampo-
Ahora no puedo decir que todo fue idea
de Marilia. Ahora todo se me confunde
en la cabeza. Quizá fui yo mismo el de la
idea. Aunque Camilo me ha dicho que
no. Ha dicho que Marilia lo tenía todo
planeado. Ella y los negros.
40