Revista Casapalabras N° 36 Casapalabras N° 36 | Page 20
Profecía
Se intoxicarán
de tristeza
los gusanos
cuando yo muera.
1967
Historia de un hombre cualquiera
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El grito inaugural
fue al atardecer
de un desangre enorme,
en la vecindad del mar
que guarda en silencio
sus peces muertos.
Seguramente me desveló,
igual que a otros niños
de aquella época,
el vuelo nocturno
de extraños pájaros.
Y empecé a conocer
jardines marchitos
a la misma hora
que lactaba
leche solidaria
y me arrullaba
el llanto
de todas las madres.
Por entonces
el cielo reflejaba
la sombra
del árbol maldito
que deshojó
letales cenizas
en la tierra.
Quién sabe
en qué grieta
de la soledad
hice la primera
trinchera
de mi infancia.
En qué instante
el abismo de mi hermano
traumatizó mi alma.
Cómo supe del precio
del amor.
Y empezó a hincarme
la espina del recuerdo.
Cuál de los inviernos
humedeció para siempre
el itinerario de mi sangre.
Yo sólo recuerdo
que iba a la escuela
a la hora precisa
que el viento
hace la siesta.
Y una tristeza
vestida de niña
me hacía señas
de lejos.
Una tarde
cuando recogí
el cadáver
de un caracol
sin padre
descubrí mi vocación
por el llanto.
Desde entonces
tengo la costumbre
de visitar
la casa de los pájaros,
peinar la hierba
que crece desolada
y salir por las noches
a buscar abrigo
para la lluvia.
Mientras tanto
la vida
ha ido mostrándome
sus cartas,
yo subiendo,
inútilmente,
la cuesta,
—que es alta—,
pagando
desde el nacimiento;
enloqueciendo
con insomnios
y preguntas
del tamaño
de la muerte.
Bebiéndome
la última gota
de esperanza
y sangrando
la hora más amarga
del planeta.