Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 68

Carto gr a fí a de los e Poe s pe ma j os s L u d i s ro A A ntoni Pe l e jo o G d ó e m Vill e z e na Para el muchacho la vejez es ese inalcanzable (pero visitable) país de nieve. Más adelante puedes asistir a la vejez de tus padres. Es una experiencia ingrata y hosca. Uno nunca debiera ver ni sentir la vejez de sus padres, porque nunca (de más obvia manera) sentirá en su contemplación disolvente el trampantojo de la vida... Proteges a quienes fueron siempre tus protectores, cuidas a quienes fueron siempre tus cuidadores, defiendes a quienes te defendieron, ayudas a quienes te ayudaron, y ves cómo se debilitan y quiebran, ves cómo crece el límite alrededor de ellos, (flacos, rompedizos, juncos débiles a quienes viste siempre potentes, robustos, sólidos, árboles queridos de inmarchitable tronco... Un hijo no debiera ver la vejez de sus padres, es injusto, desleal, y aún parece ser sucio... Cuando llega tu vejez (poco a poco) la empiezas a reconocer por la falta de horizonte. Vejez es acabar. Vejez es niebla, ausencia repentina de mañana; dolor, temor, resignación, humildad forzosa… No es bella la vejez, aunque tenga cantores. La vejez es inhóspita y cruel. La vejez nunca te quiere. Los abuelos te engañaron: la nieve no era azúcar (ni harina). La nieve era hielo, que quema y desbarata. La vejez no hace falta. La vejez es oscura. La vejez no es tierna. Compasivo, la vejez es odiosa. Mi vecino de arriba Me tengo que acordar del señor Zaldívar. No es esfuerzo, sino que yo era pequeño y parece que la edad muda solidez por sensaciones. Debo acordarme del señor Zaldívar... Hombre corpulento, alto, con bigote. Asturiano, decían. Huyó tras la Guerra y volvió al fin, cansado, al ático de la casa en la que yo vivía. Oí que era escritor y trazaba novelillas de detectives (situadas en Beirut) para ganarse la vida... Su mujer había muerto en Argentina. Y dos hijas -muy guapas- lo visitaban de tanto en tanto. Fue como un latigazo recorriendo la médula del edificio: El portero -llevaba días sin verlo- entró en la casa y halló al señor Zaldívar muerto sobre la amplia cama, vestido. Ni siquiera se había sacado los zapatos. Dos tubos de veronal. Y una carta -creo- para su hija Lola, una muchacha verdaderamente linda: “No es fácil, querida mía (pulcra estilográfica) pero si es posible, perdónalo todo... Perdona a este mundo cruel y estúpido, que los hombres colmamos de basura, siendo basura(y mala) nosotros mismos. Perdóname a mí, que hice lo que pude pero lo hice mal. Perdona a la Fortuna, que pone los vientos como quiere, y nos colma de bandazos y de heridas... Cuida lo que dejo escrito, y pues sé que perdonarás, no te importe creer lo que digan de mí...” Algo así dejó dicho. Lo sacaron medio a escondidas, bajo la luz más tenue del portal. Madres y abuelas pusieron sus manos sobre los ojos de los niños: Murió el señor asturiano. Del corazón. Republicano o no, nada se dijo. Con los años, cuando su casa era de otros y su memoria se diría perdida, hallé referencias y busqué algo más... Incluso vi a Lola, que únicamente lamentaba (aún) la suerte adversa de su padre. Mala. r e v i s t a r e v i s t a  