Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 66

Carto gr a fí a de los e Poe s pe ma j os s L Pe ui d s ro A n A toni l e jo o G d ó e m Vil e z l e na Dolly Wilde Estabas tan sola, tan sola... No dramatices, pero todos lo estamos. Siempre solos, es el fin de cualquier escalera. Pues huimos todos de todos, y pasadas las fiestas y la risa (tan sublimes) la amistad es un lujo escaso como un Gauguin en el mercado. Fumas, charlas, te diviertes, procuras ser divertida, pero sigues sola. La habitación te lo dice cada noche, y el gato y la lechuza. Amada soledad, tan inamable... ¿Qué haremos ante esa cerrada última puerta, con las manos y pies ateridos, sin un bar a la vista y sin damiselas regaladas o compradas, te imaginas? Soledad se llama nuestro único soporte. Soledad nuestra íntima verdad, que todos somos pared. Amo mucho la vida. Pero la vida, cariño, no me gusta nada. trucos, porque un tipo inteligente y avisado no ha de precisar chanchullos ni trampas. ¿No es eso? Pero no llegó al punto de arribo. Se perdió. Fumó demasiada grifa, se ató al chaval en exceso, no se percató (en la belleza remota de una cabaña) cómo las amarras se iban soltando, desgastadas, y la lancha quedaba en la fluvial deriva... El perdedor no es el necio, sino el vitalista, el aristócrata, el extraviado, el noble perdidizo. No padece carencia, sino una suerte de caudal traidor, que se vuelve contra él mismo, y los colmi- llos llevan exceso de veneno. No hay triaca. O la desdeña, pues también puede ser algo orate y soberbio. Es el tipo más raro. El más puro. El más desesperado por la poquedad de todo, cuando él veía y quería tanta, tan- tísima largueza... (Cuando nació en el pesebre - cuenta la leyenda- cuatro poderosos reyes remotos, plenos de oro y sabiduría, vieron la estrella y supieron que debían ponerse en camino. Algo importante los llamaba. Tres, como bien sabemos, llegaron a Belén de Judá con su gran comitiva. Y conocieron. Y retornaron gozosos. Pero el cuarto rey no llegó jamás. Poseía igual poder e igual inteligencia, y partió de su trono con una comitiva igual o mayor que la de sus congéneres. Pero nun- ca arribó. Y la pregunta no ha sido jamás respondida: ¿Qué le ocurrió en el camino? ¿Por qué desdeñó la estrella? ¿La vida, sucia y bella? ¿El amor? ¿Descifrar otro papiro escrito en otra lengua? ¿Las caravanas que bajaban más al sur, con los hermosos y altos etíopes? ¿Saber que no era solo? ¿Que otros seguían el mismo sendero? ¿La fatiga, la soledad, el hastío, el vicio? ¿Tentaciones, derrotas, derrumbes? Nunca llegó a Belén. Y resulta inexplicable su ausencia. Ya que -claro es- tampoco retornó a su reino. Él fue así también. El cuarto rey. El otro mago. Y fue nuestro amigo. ¿Lo recuerdas?) El cuarto mago Hay quienes no tienen el peso suficiente, ya sabes, o la altura. Hay (extraña ley de la naturaleza desigual) quien no posee, ade- más, la habilidad o la destreza o la sabiduría necesarias. Desde luego: hay gente tonta y corta, y no es mentira el viejo adagio que afirma: “Los sandios hacen los banquetes a los sabios”. Es cierto, se montan engaños y trapacerías múltiples. Pero los necios, y los cortos y los feos se quedan habitualmente en el camino o en su nicho pequeño. Y ahí no hay ninguna radical injusticia que no pertenezca, por entero, al común vivir humano. ¿No es cierto? Un perdedor no es eso. Hablamos de un tipo inteligente, alta- mente preparado, buen conocedor de rutas y deslindes, hermoso si de ello se tratara, o alto o ágil o esbelto suficientemente, si hace falta. Un tipo, en verdad, de valía, pura primera fila, que sin saber por qué (pues de nada carece) pierde una noche el rumbo, se precipita al derrumbadero, permanece un año más en la aldea selvática, y después no sabe cómo retornar a la autovía. Perdió norte, camino, compañeros, sextante, brú- jula... ¡Qué raro! Nada le faltaba. Es más, parecía ir de sobra, más aristocrático que el resto, sin querer pactos ni componendas ni La vejez Antes de que llegue a ser una experiencia propia (si llega a serlo) la vejez es una visión infantil o juvenil marcada por la alteridad y el azúcar cande. El muchacho jamás será viejo (cree) pues la vejez pertenece al mundo dulce y delicado de los abuelos. De mi abuela paterna y mi abuelo materno, por ejemplo, (ambos murieron al filo de los noventa años) sólo recuerdo imágenes de ternura y dulzura. Eran seres benévolos, cimentados en el cariño y la comprensión omnímoda, gratos, afables, inmutables, felices, nevados. r e v i s t a r e v i s t a  