Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 46

E h i r G i n ó o m s e z Pe duar d ro do A l C e jo Carto gr a fí a de los e Poe s pe ma j os s La lluvia El color de los atardeceres Otro poema doméstico Vengo de una ciudad donde jamás llueve, donde el cielo es (como dicen) color-panza-de-burro y el mar una invisible telaraña que enreda y confunde el [horizonte. Atardecer naranja con sus nubes raídas  y su sol que alumbra todas las palabras.  Una gasolinera exhibe un dinosaurio  (aquí hubo dinosaurios) y una pradera inacabable.         ¿Dónde aprendí todo eso?        Descartemos las nubes, son siempre  las mismas. Descartemos el sol, presa fácil de todas las metáforas. Nos queda la naranja.        Algunos dicen que vino de la India donde era alimento de los dioses.  Otros, que vino de Persia o de Arabia igual que el nombre y su color.        Virgilio la llamó “áurea mala”  y la dejó caer en una égloga.  Colón la tuvo entre sus dedos. Por ella  descubrió que el mundo era redondo y que viajando hacia el Poniente  llegaría (como el sol) hacia el Levante.        Ahora estamos solos. Yo y la naranja.        Cuesta siglos decir atardecer naranja. Y bien, aquí estamos de nuevo. Yo, sentado frente al ordenador, sin bañarme. Tú, como siempre, detrás de la pantalla, haciéndome gestos en la música, nadando en el café ya frío. Por la ventana veo caer la nieve. No le prestó atención, hace tiempo dejó de ser metáfora. Pronto volverá Jannine de la universidad. Si en diez minutos no apareces me iré a tender la cama, a darme una ducha, a calentar el almuerzo. Tal vez entonces te vea dormida entre las sábanas, en las gotas que resbalan en la cortina del baño, dejando mensajes en la borra del café. Ya lo sabes: si te escondes, bien; si vienes, bien. La paciencia es una virtud que se gana con los años. Cuando llegue Jannine le diré que he perdido la mañana. Me dirá sonriendo que no importa, y será suficiente para volver a empezar. Lo malo de la poesía —dijo Billy Collins— es que anima a escribir más poesía. Esta tarde llueve en New Brunswick y me he asomado a la ventana para contemplar otras lluvias. Aquella en Madrid, por ejemplo, donde el agua nos llegó [hasta las rodillas y seguimos caminando plaf plaf como si nada, o aquella que nos sorprendió en Tumbes con sus balsas y caimanes navegando un bosque de pal- [meras. ¿Qué decir del chaparrón que echó a perder la sepultura de [Dante? Pero ésa es una lluvia literaria. Como decir que duró cuarenta días o que llora suavemente en mi corazón, que no es verdad. Es otra lluvia que recuerdo. Fue hace muchos años, el agua salpicaba la tierra y formaba un barro azul y miste- [rioso. Era el silencio que me enseñaba sus metáforas, su laborioso lenguaje deshaciéndose una vez más sobre las [piedras. A la mañana siguiente Desde que nos casamos hasta ahora he reducido a dos las cucharadas de azúcar que le echo al café. ¿Antes cuántas eran? Tonta pregunta. Como cualquiera que invoque aquellos años que vuelven sin piedad para cobrar lo suyo. La diabetes es cosa de familia, sí, pero hay que cuidarse. Con el colesterol igual, y el pobre corazón que de tan grande falló a quienes más quería. Los poemas que escribí para ti los repiten jóvenes que llegaron a la edad de nuestros hijos. Los colores, que antaño daban forma a los crepúsculos, sirven ahora para identificar pastillas, las marcas imborrables que nos deja Dibujo de Eduardo Chirinos r e v i s t a r e v i s t a  