Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 244

E duar do Gó me z respuestas a las preguntas fundamentales sobre la realización humana y que trata de llenar ese vacío con sensaciones fuertes (droga, sexualidad grosera y promiscua, exaltación de la violencia). Saturado por un exceso de sensaciones, ese hombre sin futuro trata de oponer a la muerte un placer estridente y famélico, de beodo. Pero cuando el placer se vuelve un fin supremo, genera un enervamiento progresivo y paralizante que se va confundiendo con la enfermedad y la muerte. Renunciar anticipadamente a toda lucha de superación porque se sabe que se va a morir es aban- donarse a una rápida disolución. Es todo lo contrario de lo que sucede en la concien- cia de la muerte que tiene, por ejemplo, Heidegger. Precisa- mente porque se sabe que se va a morir, la existencia se torna preciosa como breve oportunidad para in- tentar una realización en lo esencial. Precisamente porque se tiene conciencia de la muerte no es concebible el derroche de energía en la sensación banal y estéril o en el abandono a los espejismos de la frivolidad. La conciencia de la muerte se transforma así, en la conciencia de nuestras verdaderas posibilidades. Aunque Balada de la loca alegría, sabe integrar en imágenes artísticas ese nihilismo del hombre del siglo XX, que se siente con- denado por la historia, un poema como El Barba Jacob: el viajero que nunca llega collar desatado, se abre a una perspectiva más creadora de futuro humano. Y no es por casualidad que en este poema, Barba Jacob se abandona al sueño del amor por la mujer, el cual en sucesivos desarrollos se va transformando en la pulsión de tratar de superarse, aunque haya incertidumbre sobre los resultados, y de sembrar, incluso en tierras del enemigo, porque algo fructificará allí también: “mientras los astros brillan tras el cerúleo velo / y hay en la brisa castos efluvios de mujer, / dirige hacia los aires la flecha de tu anhelo: / ¿qué importa que no sepas en dónde va a caer? / Si nuevas alegrías inundan tu morada, / si flota en áureas ondas de luz tu corazón, / si ya en tus trojes íntimas tu mies está dorada, / envía a los luceros tu férvida canción. / O si con- duces trigo, moreno y dulce trigo / por soles y por lluvias granado en tu heredad, / y cruzas por la tierra de un sórdido enemigo, / arrójalo en el surco: ¿qué vale lo demás? / La vida es esto: un acto supremo, simple, puro, / una emoción, un ímpetu y un ansia de ideal; / fantasmas que su sombra dibuja sobre el muro; / en sueños que florecen, valor, amor leal.” Luego el poeta se identifica imaginaria- mente, al menos por momentos, con un padre que espera al hijo de su amor: “cuando me rindo al peso del femenil reclamo / y en mis ardientes noches el beso viene y va, / yo, pre- sintiendo un poco mis propias formas, amo, / sin conocerlo, al hijo que Cintia me dará”. Pero este poema es la excepción que confirma la tendencia: lo que predomina con fuerza en la poesía de Barba Jacob es el desarraigo y la angustia existencial del viajero perpetuo que se aventura en la no- che pero que sigue tratando de interrogar y comprender el mundo sórdido que lo asedia, y de iluminar con su débil llama, los abis- mos de la naturaleza, hermosa, acechante y voraz. Las voces más suyas son aquellas que nos hablan de su “fuerza exacerbada” y de su “clamor de abismo”, y todavía se escucha en los crepúsculos, al viento que trae su alarido. En cuanto a los conflictos sexuales del poeta (apenas mencionados por los pacatos comentaristas de nuestro medio) no pueden ser sub- estimados y, por el contrario son decisivos para la más profunda comprensión de su poesía. Barba Jacob vive casi siempre vuelto al pasado, añorando su niñez y su juventud y lamentando no ha- berlas vivido en forma más viril. En varios poemas (hasta ahora casi desconocidos y recientemente recuperados por Fernando Vallejo) como Teresita, Mi vecina Carmen, La esperada, La carne ardiente, El poema de las dádivas, y Triste amor, Barba Jacob habla de sus amores con mujeres. Más tarde, sus poemas amorosos se refieren, a menudo, a sus relaciones con mancebos. Es evidente entonces, que el poeta osciló, en su primera juventud, entre los dos sexos y que finalmen- te se impuso la tendencia homoerótica, a la que sin embargo, nunca aceptó del todo y la que vivió como drama e incluso con ciertos complejos de culpa. Los pocos poemas en donde se acepta en este campo (como Bala- da de la loca alegría) insinúan una voluntad de asumirse con acentos desafiantes no exentos de angustia. Con alguna frecuencia, además (incluso en algunos de sus poemas amorosos con pretensiones heterosexua- les) el poeta se refiere a sus pasiones como a “caídas” (un término de resonancias bíblicas) amenazadas por los peligros satánicos de “la carne” y del “pecado”. Ahí es evidente que nunca pudo superar suficientemente las secuelas de su educación ca- tólica y campesina. En con- trapartida, exalta la vitalidad de la naturaleza y se acoge a ella confiado, sintiéndose purificado, ennoblecido y subyugado por esa potencia omnipresente y divina que de ella emana. Aunque vagamente presiente un futuro indeterminado, de ensueños y de gloria, éste no ofrece nada concreto y seguramente vendrá después de la muerte. Añora intensa- mente un sentido para su periplo existencial; indaga con insistencia por qué sus preguntas y respuestas se cierran en círculo y terminan en un Dasein (estar ahí) que solo es capaz de admirar presencias y existentes inex- plicables y deambular por la superficie de r e v i s t a r e v i s t a  