Revista Casa Silva Nos. 30 - 31 R.CasaSilva 30-31 completa | Page 240
E duar do Gó me z
Cielo, debido a que no logra profundizar por
cuenta propia en el Misterio de la existencia
“terrenal” que le ha tocado.
En El corazón rebosante, el poeta testi-
monia que tan solo es posible una sencilla
sabiduría que busque una compenetración
con la Naturaleza y a la manera de los
nobles animales, sepa escuchar “la soledad
sagrada”. Se trata, aquí, de una inspiración
que arranca con ideas panteístas pero que
en el desarrollo del poema va más allá hasta
vislumbrar una concepción materialista que
quiere identificarse con sus instintos, con la
fuerza tranquila de la naturaleza y alcanzar
la suprema autenticidad que asume plena-
mente el hombre-cuerpo, el cual ya no está
escindido en dos yoes contrarios y exclu-
yentes, sino en una unidad, contradictoria
sí, pero cuyos extremos son susceptibles de
una síntesis vital, dinámica y serena. Vale
la pena transcribir este poema por ser único
en la producción de Barba Jacob:
“El alma traigo ebria de aroma de
rosales
y del temblor extraño que dejan los
caminos…
A la luz de la luna las vacas maternales
dirigen tras mi sombra sus ojos opalinos.
Pasan con sencillez hacia la cumbre,
rumiando simplemente las hierbas del
vallado;
o bien bajo los árboles con clara man
sedumbre
se aduermen al arrullo del aire sosegado.
Y en la quietud augusta de la noche
mirífica,
Barba Jacob: el viajero que nunca llega
como sutil caricia de trémulos pinceles,
del cielo florecido la claridad magnífica
fluye sobre la albura de sus lustrosas
pieles.
Y yo discurro en paz, y solamente
pienso
en la virtud sencilla que mi razón
impetra;
hasta que, en elación el ánimo suspenso,
gozo la sencillez que viene y me penetra.
Sencillez de las bestias sin culpa y sin
resabio;
sencillez de las aguas que apuran su
corriente;
sencillez de los árboles…¡Todo sencillo
y sabio,
Señor, y todo justo, y sobrio, y reverente!
Cruzando la campiña, tiemblo bajo la
gracia
de esta bondad augusta que me llena…
¡Oh dulzura de mieles! ¡Oh grito de
eficacia!
¡Oh manos que vertisteis en mi espíritu
la sagrada emoción de la noche serena!
Como el varón que sabe la voz de las
mujeres
en celo, temblorosas cuando al amor
incitan,
yo sé la plenitud en que todos los seres
viven de su virtud, y nada solicitan.
Para seguir viviendo la vida que me resta
haced mi voluntad templada, y fuerte
y noble,
oh virginales cedros de lírica floresta,
oh próvidas campiñas, oh generoso
roble.
Y haced mi corazón fuerte como vosotros
Del monte en la frecuencia,
Oh dulces animales que no sabiendo
nada,
Bajo la carne humilde sabéis la
antigua ciencia
De estar oyendo siempre la soledad
sagrada.”
Como es ostensible, el
poeta aprende de los anima-
les ,y de hecho, los considera
seres próximos, nobles y
que en su comportamiento
muestran una cierta sabidu-
ría precisamente porque no
son sino lo que pueden ser,
logrando así cierta plenitud
serena. Luego extiende esa
virtud al resto de la natu-
raleza y entonces invoca a
los “virginales cedros” y a
la campiña
para que templen su vo-
luntad y fortalezcan su sensibilidad. Ellos
no poseen un saber sobrante y artificial pero
saben “la antigua ciencia de estar oyendo
siempre la soledad sagrada”, es decir ,
de vivir en conformidad con los misterios
cósmicos y estar en cierta armonía con sus
instintos y sus capacidades vitales. Hacien-
do asociaciones más sutiles, podríamos ,
legítimamente, percibir cierta intuición del
evolucionismo de Darwin, en el sentido de
que venimos de especies animales que la
evolución de millón de años transformó y
perfeccionó gradualmente. Ese saber forma
parte de nuestra herencia inconsciente y fác-
tica y cuando es traicionado y de-formado
por lo artificioso y lo vicioso (en lugar de
formarlo, desarrollando consecuentemente
nuestras potencias verdaderamente consti-
tutivas) el hombre se angustia y se frustra.
En Futuro, canta la condición extrema-
damente frágil y paradójica de la existencia,
que está a merced del azar y de la inmen-
sidad cósmica pero que es capaz de arder,
apasionada, a la manera de una llama al
viento. Es una condición hu-
milde, pero al mismo tiempo
misteriosa, intuitiva, inson-
dable y abarcadora de los
abismos celestes: “de simas
no sondadas subía a las es-
trellas; / un gran dolor incóg-
nito vibraba por su acento; /
fue sabio en sus abismos – y
humilde, humilde, humilde
– / porque no es nada una
llamita al viento… / y supo
cosas lúgubres, tan hondas y
letales, / que nunca humana
lira jamás esclareció, / y na-
die ha comprendido su trágico lamento… /
era una llama al viento y el viento la apagó”.
En Un hombre (sin duda, uno de los
grandes poemas de la lírica contemporá-
nea) logra condensar con sencillez clásica
y gran intensidad dramática, la condición
del hombre que asume su existencia con el
asombro, la angustia, la pasión y la intrepi-
dez del creador que se atreve a transgredir
las normas del filisteo y a asumir su condi-
ción con una radical autenticidad, que no
le teme a los peligros, a los castigos y las
r e v i s t a r e v i s t a